La inmigración proveniente de los terceros mundos se ha convertido en un serio problema para las sociedades del primer mundo que se refieren a ella como la crisis migratoria. Sencillamente estos inmigrantes estorban. Incomodan. Su presencia es molesta. Se convierten en amenaza. Nadie los quiere.
Pero no por su condición de extranjeros sino por la condición de pobreza que tienen que cargar desde su lugar de origen. Pobreza que es la causa de su decisión de ir a buscar mejores condiciones de vida. Y lo arriesgan todo, incluso la vida, como lo registran los noticieros.
Nuestros vecinos
A los costas europeas llegan inmigrantes de los países africanos y de Siria, de Irak, de Bangladés, de Afganistán y Pakistán. A Estados Unidos llegan inmigrantes provenientes de América Latina en busca del famoso sueño americano. También a Colombia –aunque mi país pertenece al tercer mundo– están llegando inmigrantes de Venezuela, nuestro vecino geográfico, que huyen de una dolorosa crisis económica.
Si fueran turistas, su presencia representaría ingresos importantes para los países a donde llegan pues amentaría la ocupación hotelera, el consumo en restaurantes, las ventas en los almacenes. Nadie se quejaría y la gente ni siquiera se fijaría en las diferencias de raza o de origen étnico.
El amor al extranjero
Esta es la constatación de Adela Cortina en su libro ‘Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para el Estado democrático’, publicado por Paidós. Refiriéndose a la presencia de inmigrantes en su país se pregunta: “¿Despiertan los turistas extranjeros un sentimiento de xenofobia en la población española, esa expresión que, desgraciadamente, está de actualidad?, ¿se sienten rechazados, producen miedo o animadversión, que es lo que significa en griego el vocablo ‘fobus’?”. Y concluye la filósofa española que más bien se podría hablar de ‘xenofilia’, es decir, de amor al extranjero.
Obviamente de amor al extranjero que carga una billetera repleta de dólares o euros. O tarjetas de crédito bien respaldadas, que para el caso es lo mismo. No al extranjero que lo único que carga es su pobreza, junto con el miedo al rechazo y la humillación que significa haber perdido la dignidad humana.
Por eso Cortina busca una palabra para darle nombre a esta aversión que no es aversión al extranjero –es lo que significa xenofobia– sino a los pobres. Que son los que incomodan, los que afean las ciudades, los que ponen en peligro la tranquilidad, los que sobran y a quienes hay que cerrarles la puerta o levantar un muro para que no pasen. Y como no la encuentra, se la inventa y es el título de su libro: aporofobia, que significa aversión al pobre.
Interesante el libro de Adela Cortina que tuve la suerte de que cayera en mis manos y me pusiera a pensar en la situación de las familias de inmigrantes, en sus historias, en el futuro que les espera y en la responsabilidad de quienes no hemos tenido que vivir tan difíciles circunstancias.