Nada, silencio, mutis, ya escampará. Y eso que era un secreto a voces. No quiero imaginarme si le hubiera estallado la ‘mascletà’ a Osoro, a quien le andan buscando las cosquillas por oler como Francisco desde que entró conduciendo su utilitario por la carretera de Valencia.
Resulta que Esteban Escudero, uno de los obispos auxiliares del entonces cardenal arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, se ha visto salpicado por un caso de presuntas irregularidades en la fundación que presidía para organizar la visita que, en el año 2006, el papa Benedicto XVI efectuó a la ciudad levantina para presidir el V Encuentro Mundial de las Familias.
Fue ese un año en el que la Iglesia española expedía certificados de moralidad pública con algunas reflexiones que, si se confirman los peores pronósticos, hablaría de cuánta suficiencia malgastada y, en todo caso, ahonda en los esfuerzos que la actual y denostada cúpula eclesial tiene que hacer con su particular herencia recibida. Difícil papeleta, aunque esta tardase bien poco en corregir el rumbo y certificar que lo realmente inmoral es la corrupción en otro documento programático.
Seguro que la Iglesia valenciana no guardó para sí ni un euro, aunque cuesta creer que, ante determinadas responsabilidades, no se caiga en la cuenta de que no siempre lo más evangélico es que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha.
Se culpa al nuevo gobierno autonómico tripartito de izquierdas (PSOE, Compromís y Podemos) de haber desenterrado un asunto que, en la misma longitud de onda, podríamos decir que fue gestionado de principio a fin por el PP de Valencia, el mismo que tiene una acongojante ristra de causas abiertas por corrupción en aquellos mismos años.
Hay un silencio insano, bastardo de un pensamiento que sostiene que hablar daña a la institución. ¿No es al revés? ¿No lo estamos viendo en tantos casos que salpican a la Iglesia con comportamientos antievangélicos? ¿Es posible que aún estemos con estas categorías mentales?