José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

¿Matar al Papa?


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Pues resultó un ‘bulo’ -en España se llama de esa manera- o una ‘fake news’ –así se está acostumbrando calificar de este lado del Atlántico a las noticias falsas–. Benedicto XVI no ha muerto, como circuló de manera profusa en redes sociales durante las pasadas semanas. Fue tanta la inquietud que hasta la Oficina de Prensa de la Santa Sede tuvo que entrar al quite para desmentir el chisme.

Pero, a ver: ¿hay quien desea matar al Papa emérito? ¿Y al actual –en el pasado se le decía ‘reinante’, cuando se la hacía acaso a los poderosos pontífices–? No creo que existan enemigos ni de Ratzinger ni de Bergoglio que los quieran asesinar. Vaya. Nunca he dado por ciertas las teorías conspirativas que apuntaron a un envenenamiento de Juan Pablo I. Pero sí estimo que haya quien vería sin disgusto el fallecimiento de ambos, por diferentes motivos. Veamos.

Con frecuencia se desea la muerte de alguien, sobre todo en el mundo criminal, por miedo a alguna de sus acciones. Ya porque sabe demasiado, ya porque es muy poderoso, ya porque estorba para la realización de ciertos planes. No es el caso de Benedicto XVI. Quienes pueden desear su partida de este mundo son los que necesitan notas impactantes para vender periódicos o sitios de internet. Por más y que ya sea un anciano, si Ratzinger expira sería una bomba mediática durante unos días, y eso les urge a quienes viven del sensacionalismo.

Papa Francisco y Benedicto XVI

Con Francisco de Roma es diferente. Es cierto que ya se acerca a los 85 –los cumple el próximo 17 de diciembre– y que su salud siempre inquieta, pero todavía tiene poder, puede afectar muchos intereses y, sobre todo, da la impresión de querer continuar con su tsunami renovador no solo de la Curia Vaticana, sino de las estructuras eclesiales en su conjunto. Sobran Cardenales y Monseñores que rezan a diario si no por su muerte sí por su renuncia, que en términos prácticos sería lo mismo. Además, aunque confiamos en la resurrección, no hay garantías de que el siguiente sucesor de Pedro continúe con la dirección trazada por el argentino.

Obvio que tales prelados no se atreverían a matar al Papa… físicamente, aunque sí han intentado cortar la vida de muchas de sus iniciativas que buscan renovar a la Iglesia católica.

Por lo pronto, Francisco sigue vivito y coleando. Llegará el día, y se aproxima, en que o renuncia o se muere. Mientras tanto, tratemos de evitar que lo maten, que lo despachen para la otra vida quienes no se atreverían a dispararle, a envenenarlo, o a apuñalarlo, pero sí a continuar boicoteando sus propuestas, que es una forma sutil de asesinato.

Pro-vocación

Conocí a Carlos Castillo Matassoglio, hoy arzobispo de Lima, en 1985, durante nuestra estadía académica en Roma. A su paisano Gustavo Gutiérrez –que en dos ocasiones nos acompañó a los estudiantes latinoamericanos en nuestras reuniones mensuales–, padre de la Teología de la Liberación, lo superaba en rebeldía e intensidad. Me congratulé cuando el papa Francisco lo hizo pastor de su arquidiócesis, sin haber sido obispo anteriormente. No me extraña, entonces, que a raíz de un sueño, y ante la escasez de sacerdotes -sugerir párrocos laicos para dirigir las comunidades peruanas- haya recibido amenazas de los sectores conservadores, que también hay entre los incas. ¡Ánimo, Carlos!