Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Matilde, Gertrudis y otras mujeres valientes


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Siendo la historia una gran maestra a la que con frecuencia no hacemos el caso que merece -quizás creyendo erróneamente que los tiempos antiguos tienen poco que decirnos-, sin embargo hoy vamos a volver a ella recordando a unas mujeres extraordinarias de los tiempos medievales, cuya sabiduría no tuvo nada que envidiar a muchos sabios posteriores.



Entre el año 1098, fecha del nacimiento de la gran Hildegarda de Bingen, y 1310, año en que la mística beguina Margarita Porete fue quemada en la hoguera acusada de herejía, se sucedieron en el llamado sacro imperio romano germánico (que incluía la actual Alemania, los Países Bajos, parte del este de Francia y la mayor parte de Italia) grandes y numerosas figuras femeninas que marcaron uno de los periodos más importantes y fértiles de la espiritualidad medieval, gran desconocida para muchos pero no por ellos menos grande.

Valentía femenina

La corriente mística femenina germánica y holandesa de los siglos XII y XIII es contemporánea de una sociedad en la que las mujeres aún no gozaban de muchos derechos (todavía no podían testificar ante los tribunales, transmitir herencias, trabajar fuera del hogar, disfrutar libremente de sus bienes, acceder a la cultura en muchos casos, etc.), por lo que, si querían salir de su condición social preestablecida, tenían que encontrar una forma de vida que justificara de forma incuestionable su incursión en un mundo típicamente reservado a hombres y clérigos.

Muchas encontraron inspiración en la tradición bíblica de los profetas, personas que hablaban en nombre de Dios. Así, a través de visiones, gestos proféticos y oráculos, algunas mujeres fueron capaces de hacerse oír, utilizando todos sus recursos femeninos. Al hacerlo, tuvieron que usar medios alternativos a los canales tradicionales, ganando la libertad, la autoridad y la independencia que necesitaban.

Grandes maestras

La lista de estas grandes maestras espirituales de la Iglesia medieval -en la que destaca la ausencia de las españolas, por la compleja situación de nuestro país en aquellos siglos- sería realmente muy larga, empezando por Hroswitha de Gandersheim (935-968), Elosia de Argentuil (1092-1164), Hildegarda de Bingen (1098-1179), Elisabeth de Schönau (1129-1164), Herrad von Landsberg (c. 1130-1195) Lutgarda de Aywières (1182-1246), Isabel de Wans (siglo XIII), Sybilla de Gages, Itta de Nivelles († 1231), Itta de Lovaina († segunda mitad del siglo XIII), Itta de Leeuw († 1260), Hadewijch de Amberes († 1260). Beatriz de Nazaret (1200-1268), Matilde de Magdeburgo (1207-1282/1294), Gertrudis de Hackeborn (1220-1291), Matilde de Hackeborn (1241-1299), Gertrudis de Helfta (1256-1301), Elsbeth von Oye (ca. 1280- ca. 1350), la italiana Angela de Foligno (1248-1309) y Margarita Porete, que murió quemada en 1310, como ya se ha dicho;  posteriormente, Adelheid Pfefferhart (1319-1382), Juliana de Norwich (1342-1416) -venerada por católicos, luteranos y anglicanos- y Margery Kempe (1373-1438). A éstas habría que añadir una multitud incontable de mujeres anónimas, monjas, anacoretas y beguinas -también laicas- de las que se cuentan hechos notables.

También entre ellas, aunque en circunstancias muy diferentes, sin duda hay que incluir a la gran Catalina de Siena (1347-1380), cuya intervención, como sabemos, fue de gran importancia en un momento verdaderamente difícil de la historia de la Iglesia, por lo que mereció, en su sencillez de campesina iletrada, nada menos que los títulos de Doctora de la Iglesia, Copatrona de Europa y Patrona de Italia.

Peaje compartido

Supieron transmitir su mensaje, pero tuvieron que pagar un alto precio en la medida en que se pusieron en el punto de mira y despertaron la envidia de muchos sacerdotes, obispos y otros clérigos, algunos de los cuales llegaron incluso a ponerlas bajo entredicho canónico durante largo tiempo (como ocurrió en las comunidades de Rupertsberg y Helfta). En otros casos, como el de Margarita Porete, tuvieron que pagar con cárcel y procesos judiciales. Al final, en general fueron silenciadas durante largos siglos (por ejemplo, Edige de Amberes no fue redescubierta hasta 1920), y cuando no, a veces sus mensajes quedaron reducidos a meras manifestaciones sentimentales, como en el caso de Gertrudis de Helfta y las dos Matildes, la de Hackeborn y la de Magdeburgo.

Gertrudis y Matilde de Helfta

Gertrudis y Matilde de Helfta

Hoy queremos recordar a dos de estas mujeres valientes, las dos buenas amigas y monjas de la misma comunidad, una de las más famosas de la época. La vida de ambas ayuda a derribar muchos mitos sobre la mujer medieval e incluso sobre la vida monástica, pues nos muestra como la amistad, si es sana, puede enriquecer la vida de una comunidad.

Monacato impulsor

El monasterio de Helfta, en la Alta Sajonia, se había fundado con siete monjas cistercienses llegadas de Halberstadt en 1229, cuando los condes de Mansfeld (Burcard y Elisabeth) asentaron cerca de su castillo a este grupo de llamadas “monjas grises” (por el recio hábito de ese color). Los fundadores se comprometieron a atender las necesidades de las monjas. En 1234 la comunidad se instaló en Rotardesdorf (hoy Roßdorf), cerca de Halberstadt, pero no pudieron permanecer allí mucho tiempo debido a la escasez de agua, por lo que en 1258 se establecieron en Helfta.

El nuevo monasterio, como el Capítulo General de Citeaux de 1228 había prohibido nuevas fundaciones para mujeres, pertenecía formalmente a la orden benedictina, aunque el estilo se acercaba en algunos aspectos al mucho más austero estilo cisterciense. Sin embargo, esta comunidad desarrolló una intensa actividad artística, cultural y espiritual durante el siglo XIII, fomentada bajo el impulso de su insigne abadesa Gertrudis y por la relación que mantenían con los vecinos frailes dominicos de Halle, que facilitaron una sólida formación teológica a las monjas.

Referencia intelectual

Además, este singular monasterio reunió en la segunda mitad del siglo XIII a un número sin precedentes de grandes figuras femeninas que desarrollaron una importantísima labor espiritual, teológica y literaria: Gertrudis de Helfta, Matilde de Hackeborn, Matilde de Magdeburgo, Gertrudis de Hackeborn, también las anónimas redactoras de los libros I, III, IV y V del Heraldo del Amor Divino y otras. Por tanto, es cuestionable estudiarlas por separado, ya que aunque algunas de ellas tienen personalidades diferentes y bien definidas, no cabe duda que un estilo común los une a todas (quizá con la excepción de Matilde de Magdeburgo). Las relaciones entre ellas y las influencias mutuas permiten hablar de una “Escuela de Helfta”.

Gertrudis de Helfta

Gertrudis de Helfta

En 1251, todavía en Rotardesdorf, fue elegida abadesa la monja Gertrudis de Hackeborn, una mujer notable, culta, espiritual y buena. En los cuarenta años de su gobierno, formó a más de un centenar de monjas, y de los elogios que le prodigaron sus discípulos se deduce que era muy querida y respetada. Durante varios siglos los autores confundieron a Gertrudis de Hackeborn con Gertrudis de Helfta, llamada la Magna, el error se debió a la igualdad de los nombres y persistió hasta principios del siglo XX. Como consecuencia, en la mayoría de las representaciones iconográficas (sobre todo del siglo XVI al XVIII) Gertrudis la Magna aparece como abadesa, que no lo fue.

Pasado desconocido

Gertrudis de Helfta, que llegaría a ser llamada “Magna”, es, biográficamente hablando, un enigma. El silencio sobre su lugar de nacimiento y sus padres sugiere que hubo circunstancias en torno a su familia (no podemos saber de qué tipo) que quizá no pudieron salir a la luz, tal vez por ser hija ilegítima, abandonada o quizá de escaso linaje, sobre todo en un monasterio como el de Helfta destinado a las hijas de las familias nobles de la región. El caso de Helfta era similar al de muchas otras fundaciones monásticas femeninas, pobladas por mujeres de la nobleza, cuyas familias eran benefactoras y atendían a sus necesidades.

Se cree que nació el día de Reyes de 1256 en Eisleben –donde siglos después nacería Martín Lutero- y fue confiada a las monjas de Helfta a la edad de cinco años, pero tampoco tenemos información sobre este hecho. No sabemos cómo llegó, si como alumna (para recibir la formación impartida por Matilde de Hackeborn en la escuela de niñas) o como oblata, es decir, ofrecida a Dios para convertirse en monja. Gertrudis completó su noviciado, hizo su profesión religiosa y recibió una completa formación en teología, filosofía, literatura y música. Su vida transcurrió con normalidad, como la de cualquier otra monja de la abadía, dedicada a la copia de manuscritos, la costura y las labores agrícolas en el huerto del monasterio. No desempeñó ninguna tarea importante, y sin embargo es la única mujer -son también pocos los hombres- que adquirió el título de “Magna”, se lo puso el papa Benedicto XIV para distinguirla de la abadesa Gertrudis, que la admitió en el monasterio.

Lazos de afecto

Como hemos dicho, en el monasterio, Matilde se encargaba de la formación de las jóvenes y durante mucho tiempo fue primera cantora, además de ser hermana de la abadesa. De hecho, Dante la presenta en su Divina Comedia como cantora, guiándole en su entrada en el paraíso terrenal. En 1261, recibió para su educación a la niña Gertrudis cuyo origen y apellido se desconocían. Con el paso del tiempo, se forjaron fuertes lazos de afecto entre ambas, maestra y alumna, hasta el punto de convertirse en confidentes en el camino de la santidad, que ambas persiguieron con determinación.

Matilde, que desde su juventud había comenzado a experimentar gracias especiales del Señor, ocultó durante varios años su vida mística y las revelaciones recibía. Sólo en su lecho de enferma reveló el secreto, y así se lo ordenó su nueva abadesa, Sofía de Querfurt (1292), quien encargó a Gertrudis que escribiera el informe de las visiones de Matilde. Esto dio lugar al ‘Liber specialis gratiæ’, en el que Matilde describe las revelaciones y gracias recibidas y exhorta a la práctica de las virtudes cristianas. Tras una larga enfermedad, Matilde murió el 19 de noviembre de 1299, asistida hasta el final por Gertrudis, que la lloró sinceramente. Con el tiempo, la fama y la importancia atribuidas a Gertrudis acabaron eclipsando a Matilde, que pasó a un segundo plano. Nunca fue canonizada, aunque su culto se conservó en numerosos monasterios.

Redescubrir la vocación

Los primeros años de Gertrudis en el monasterio no fueron muy ejemplares, más bien se caracterizaron por su tibieza y monotonía en la oración y la vida regular. No en vano había sido donada al monasterio sin saber si tenía vocación o no. En cambio, se apasionó por las artes liberales y el estudio de los clásicos. Además de ser cantante de la comunidad, trabajaba asiduamente en la copia de manuscritos y participaba en los trabajos comunales de jardinería y costura. Destacaba por su inteligencia, sociabilidad, afabilidad y elocuencia. De este periodo de su vida escribió: “Vivía a mi antojo”.

Pero el 27 de enero de 1281, cuando tenía 25 años, tuvo su primera experiencia mística: fue una visión de Cristo adolescente que le decía: “No temas, yo te salvaré, yo te libraré… Vuelve a mí y te embriagaré con el torrente de mi don divino”. A partir de entonces, Gertrudis abandonó los estudios profanos y literarios por los teológicos y su existencia dejó de ser habitual para vivir una profunda experiencia mística.

Escritura vital

En 1289, recibió la inspiración de poner su vida por escrito. Tras un período de lucha y resistencia, se puso manos a la obra y redactó un memorial que después se convirtió en ‘El Heraldo del Amor Divino’ -también llamado ‘Legatus divinæ pietatis’-, una recopilación de su vida y visiones. El título corresponde bien a la intención de la santa, que quiso presentar su libro como el enviado, el heraldo de un monarca, el maestro del amor divino. A veces se hace referencia a este libro como Las Revelaciones.

Gertrudis escribió también comentarios a la Sagrada Escritura y otras obras en latín y alemán, la mayoría de las cuales se han perdido. De ella sólo quedan sus Ejercicios Espirituales, siete meditaciones entrelazadas con textos bíblicos y litúrgicos en un tono muy afectivo, que forman un pequeño tratado sobre la perfección descrito por el Papa Benedicto XVI como “una rara joya de la literatura mística espiritual” (Audiencia General del 6 de octubre de 2010). Sobre la autora, el Papa añadió que era toda especial por ser  “la única mujer en Alemania que tiene el apelativo de ‘Grande’ por su talla cultural y evangélica (…) Una mujer excepcional, dotada de extraordinarios dones de gracias, de profunda unidad y ardiente celo por la salvación del prójimo, de íntima comunión con Dios en la contemplación y de prontitud para ayudar a los necesitados”.

Fecundidad apostólica

Y sobre la fecundidad apostólica de esta extraordinaria mujer, el Pontífice explicó: “Gertrudis convirtió todo esto en apostolado: se dedicó a escribir y a difundir la verdad de la fe con claridad y sencillez, gracia y persuasión, sirviendo a la Iglesia con amor y fidelidad, hasta el punto de ser útil y apreciada por teólogos y personas piadosas. Poco queda de su intensa actividad, entre otras cosas por los acontecimientos que llevaron a la destrucción del monasterio de Helfta. Aparte del Heraldo del Amor Divino o Las Revelaciones, nos quedan los Ejercicios Espirituales, una rara joya de la literatura espiritual mística”.

Sus frecuentes enfermedades le hacían cada vez más difícil participar en la vida regular de la comunidad y en el oficio divino. Durante su última enfermedad, contó a su biógrafo las visiones que tenía en las diversas fiestas del calendario litúrgico y las revelaciones que recibía, gracias a eso la hemos podido conocer mejor.

Sin canonización formal

Esta gran monja falleció entre 1301 y 1303 a la edad de 45 o 47 años y tampoco fue canonizada formalmente, aunque Paulo V aprobó en 1606 su culto, que posteriormente fue extendido a la iglesia universal. Su nombre desapareció en un principio junto con el de las demás monjas, debido sobre todo a la destrucción del monasterio en 1342. En ese año, el cuadragésimo después de la desaparición de Gertrudis, los ejércitos del conde Alberto de Brunswick invadieron el condado de Mansfeld, saqueando e incendiando la abadía, con lo que se perdió gran parte de su inmensa biblioteca. Por lo tanto, no se han encontrado manuscritos originales de la obra de Gertrudis, ni hay rastro de las tumbas de las monjas.

Pero ahí no acabó la historia, en 1346 la comunidad se trasladó a las cercanías de Eisleben con el nombre de Novum Helfta. Allí sobrevivió hasta 1525, cuando sufrió otro saqueo, esta vez a manos de los luteranos. Se extinguió en 1546 a manos de los protestantes, pero en 1999 fue refundada por monjas, esta vez cistercienses, en su emplazamiento original de Helfta; en cambio, la Novum Helfta cercana a Eisleben es hoy la parroquia de Santa Gertrudis. En cuanto a los escritos de la gran mística, fueron encontrados y publicados: primero en alemán en 1502, luego en latín en 1536, ganando rápidamente fama y amplia difusión en toda Europa e Hispanoamérica. De hecho nuestro rey Felipe IV obtuvo para ella el título de patrona de las indias occidentales. Hasta la fecha se han hecho innumerables ediciones y traducciones de ellos.

La humanidad de Cristo

Las amigas santas -nunca canonizadas solemnemente- Matilde de Hackeborn y Gertrudis la Grande ocupan un lugar de grandísima importancia en la historia de la espiritualidad. Se entiende que la obra de Matilde fue escrita por Gertrudis, por lo que no se puede hablar de una sin referirse también a la otra.

Matilde de Helfta

Matilde de Helfta

Gracias a ellas dos, la devoción al Corazón de Jesús (que entonces solamente estaba comenzando) fue considerada dentro de un marco litúrgico, como expresión del cristocentrismo inherente a toda espiritualidad cristiana. La contemplación de la humanidad de Cristo se abría a una perspectiva cristológico-trinitaria, siguiendo la doctrina paulina de que no hay otro acceso a la vida divina que la incorporación al misterio de Cristo. La unión con Dios por la gracia es un diálogo amoroso y continuo de cada creyente con las tres personas de la Trinidad a través de la humanidad de Cristo. Esta reflexión, que algunos creen posterior, fue ya profundizada por estas dos grandes mujeres.