Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Me alegro de verme


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No hace mucho que me pasaron por WhatsApp la foto de una pintada que adorna una carretera de Canarias y que decía: “Me alegro de verme”. Según parece alguien va escribiendo distintas frases en el kilómetro 32 de la autopista norte de Tenerife. Algunas graciosas y otras profundas, pero todas ocurrentes. En este caso la expresión es más seria de lo que a veces nos creemos, porque no es tan evidente que nos sepamos querer como nos merecemos.

Cuando alguien no sabe vivir con paz sus propios errores o fragilidades, cuando se deja demasiado espacio a esa culpabilidad asfixiante que solo repliega y no da alas para elevar el vuelo, cuando nunca se acaba de creer sus potencialidades o que puede ser amada por sí misma sin ningún motivo especial, cuando se sitúa siempre a la defensiva descubriendo ataques donde no los hay, cuando necesita tener sometidas a las personas que tiene a su alrededor y humillarlas, cuando no es capaz de reconocer los logros de los demás o vivir el gozo ajeno con alegría compartida los gozos… son muestras de que, aunque pueda parecer todo lo contrario, esa persona no está demasiado “alegre de verse”.

ME ALEGRO DE VERME

Más allá de las modas de los libros de autoayuda, no siempre caemos en la cuenta de que tener una estima adecuada es una condición necesaria e imprescindible para vivir esa regla de oro de “amar al prójimo como a uno mismo” que Jesús presenta como segundo mandamiento principal (cf. Mc 12,29-30). Solo así podremos cuidar y querer a quienes tenemos cerca. ¿Y tú? ¿Te alegras de verte?