Parece claro que no se puede vivir la medicina como vocación o como trabajo de forma absoluta. No es una dicotomía, sino que se establece una relación dialéctica, dinámica, que cambiará a lo largo de la vida profesional. Y que implica además preguntas de calado, en tanto que examina el papel del trabajo en nuestras vidas y cómo obtenemos la satisfacción en la misma, la única que tenemos y vamos a tener.
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Lo que es indudable es que, cada vez más, los médicos hemos ido perdiendo una sensación de realización al desarrollar nuestra vocación, para encontrarnos como piezas de un engranaje, simples funcionarios sin perspectivas de desarrollo o de mejora. El trabajo en el hospital o la asistencia primaria, en muchos momentos el centro de nuestras vidas, de nuestra identidad, se ha convertido para muchos en una carga que hay que sufrir. En una realidad desmoralizadora que, en el mejor de los casos, es una forma honesta de ganarse la vida, y poco más.
Lacras estructurales
La pandemia, aun cuando al principio nos devolvió en parte nuestra identidad de servicio (véanse los aplausos y reconocimiento al esfuerzo de los médicos), más bien amplificó los problemas de la profesión: malas condiciones laborales, inseguridad, ausencia de capacidad de decisión e influencia en las decisiones que nos afectan, la convicción de que “el sistema” falla y no permite trabajar como desearíamos. Estas críticas, todas ellas fundadas, pero en ocasiones difusas, reflejan un malestar muy anterior a la pandemia.
En momentos así, de insatisfacción y confusión, se hace necesario recordar que nuestra lealtad y compromiso es con los pacientes. No con las instituciones en las que trabajamos, cuando estas (nos) fallan, sino con vidas humanas que se hallan en necesidad. Este es el mensaje a transmitir a los médicos en formación, que antes o después se harán cargo de los seres humanos enfermos a los que nosotros atendemos hoy en día, e incluso de nosotros mismos cuando enfermemos. Deben también saber que, sin esfuerzo, sin dedicación, no adquirirán las habilidades necesarias para ser médicos competentes.
Compromiso con el otro
La llamada a la vocación no es una forma de manipulación (existen otras que algún día describiré), sino el recordatorio de que la medicina se basa en el compromiso con nuestros semejantes enfermos, por encima de salarios, condiciones laborales, frustraciones, desencantos y desánimos. En último término, debo preguntarme: ¿cómo querré que me traten a mí o a las personas que quiero cuando necesiten cuidados?
En momentos de dificultad y tribulación hay que volver, si es que existió, al amor primero, y preguntarse por qué elegimos Medicina. Hacer consciente que nuestro compromiso no es con el tercer mundo, ni con un enfermo imaginario, sino con el trabajo cotidiano en esta España del siglo XXI, a veces costoso y áspero.
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.