Desde que Twitter activó la posibilidad de la “campanita”, que es una especie de suscripción, no me pierdo los mensajes de unas cuantas personas. Entre ellas creo que hace bien seguir a Cristina Inogés para estar próximos al sentir del Sínodo de la Sinodalidad, el humor evangélico de David Álvarez, la preocupación bioética de Elena Postigo y las inquietudes teológicas, antropológicas y eclesiológicas de Pedro Castelao. Entre otros muchos, con quienes no quiero quedar mal, porque hay mucho interesante y rico todavía en la red, también en lo eclesial y teológico, en lo espiritual y en lo social. El caso es que Pedro, con un mensaje al día, suele poner puntos sobre íes o hacer llamadas de atención que, quizá, convenga no dejar pasar rápidamente por alto.
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El domingo escribía lo siguiente. Copio: “Se dice que tiene “visión de juego” el futbolista capaz de poner el balón en el futuro, es decir, en los pies no de dónde está ahora su compañero, sino de dónde estará luego de un rápido movimiento. Me pregunto si no nos faltarán en la Iglesia centrocampistas con visión de juego”. ¿Visión eclesial? ¿Dónde está el compañero? ¿Apuntar hacia el futuro? ¿Liderar el espacio? ¿Distribuir según la capacidad de cada cual?
Diversidad coordinada
Como la Iglesia es amplia, muy amplia, cada cual leerá llevándoselo a su terreno. Como dice otro profesor de la misma facultad, hay muchos que desean acompañar y liderar y pocos que estén dispuestos a ser acompañados y liderados. Porque es, en gran medida, una cuestión de egos. Sin que yo sepa mucho de fútbol, más de un equipo formado por estrellas en todas las posiciones ha sido imposible de orientar y gobernar. Los protagonismos, los recelos, las discrepancias que llevan a divisiones y enemistades, reducen dolorosamente las capacidades de un equipo dotado para grandes acciones y enriquecido con diversidad de dones.
Con una persona esta semana comentaba algo parecido. Es imposible que la Iglesia pueda entenderse con un único ritmo, con el mismo paso. Si la Iglesia cumple su misión es por la diversidad coordinada, no por la horizontalidad de las reuniones extensas en las que nadie llega a acordar de corazón nada. Una Iglesia envejecida y en retirada, como a veces la siento, invalida cualquier ilusión, entusiasmo y empuje que pueda ser, como en todo lo humano, purificado con el paso del tiempo. Si se cercena y agota a quien pone pasión nada más comenzar, entonces estamos siendo campo que impide todo sembrado.
Daniel Villanueva, en una fotografía compartida recientemente en redes, dejaba entrever que hablaba de un “networking” que pocas veces sale a reducir y que, a mí personalmente, me sonó extraordinariamente bien: cuerpo jerárquico y horizontal. Esa “y” es la que descubre la importancia de las otras dos y de preguntarse bien por las otras dos. Tanto qué significa jerarquía, como principio y como poder y como servicio, como qué es realmente algo horizontal, como proximidad y como atención y como comunión. Volviendo al inicio, ¿de dónde vendrá la “visión de juego” en este caso? ¿Puede ser que –y esto es solo una pregunta tonta– el cristianismo incorpore dos visiones de juego con futuro y no una única palabra esencial que deba ser impuesta totalitariamente a todos? ¿Puede ser que –y ya termino con las preguntas tontas– ya esté dada la respuesta en el mandato de amor a Dios y al prójimo?