Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Meter la mano en la llaga


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Dicen que no somos simétricos del todo, de manera que la parte derecha de nuestro cuerpo nunca es exactamente igual que la izquierda. En mi caso, donde más se me confirma esta hipótesis es en el caso de los hemisferios cerebrales. Parece que el hemisferio derecho es el responsable de la creatividad, de la expresión artística y de la relación con el entorno, mientras que el izquierdo es el responsable del razonamiento, del lenguaje y de las interpretaciones. Así que, como pueden ustedes imaginar, mi parte izquierda gana por goleada a toda la dimensión estética y artística, que se me han quedado bastante subdesarrolladas, acompasadas con mi torpeza y mis dificultades con la psicomotricidad fina.



Jn 20,24-29

Gracias a Dios no es el caso de todo el mundo y hay quienes ponen sus habilidades “de hemisferio derecho” al servicio de la fe. Es en lo que pensé el otro día, que visité un monasterio en el que el arte y lo simbólico envuelven el espacio para la oración. Una de las cosas que me llamó la atención es que en el altar había una hendidura que simulaba la herida del costado de Cristo. Según me explicaron, estaba hecho de tal manera que la personas que quisieran rezar ahí pudieran ponerse de rodillas, introducir su mano en la grieta y, de alguna manera, hacer suya la experiencia de Tomás que, hasta que no introdujo su mano en el costado del Resucitado, no pudo reconocer su Presencia viva en medio de la comunidad (cf. Jn 20,24-29).

Dio la casualidad de que me mostraron esa hendidura en el altar cuando yo acababa de participar en un Congreso Internacional en torno a los abusos en el ámbito eclesial, que, como es fácil imaginar, tiene mucho de herida difícil de sanar, especialmente en tantas víctimas. Me resulta curioso pensar que, cuando hablamos de “meter la mano en la llaga”, nos referimos a generar más daño, mientras la experiencia creyente que le arrancó a Tomás una de las confesiones de fe más rotundas de toda la Escritura fue, precisamente, por introducir su mano en una herida, pero en una que había sido vivificada por la acción de Dios.

herida altar

Hay actitudes ante el dolor ajeno que se convierten en ese meter la mano en la herida ajena que hace sufrir aún más al que la porta. Es lo que sucede cuando no nos acercamos con la reverencia y el respeto que merece todo dolor de manera que, más que sanar o que permitirnos reconocer al Señor que se hace presente, re-victimiza y no atina a compartir la Vida, con mayúscula, que recibimos del Resucitado. Todo es distinto, en cambio, cuando nos acercamos al sufrimiento de rodillas, como es necesario hacer ante ese altar, y nos dejamos sorprender por el empeño divino de sanar todo mal y sacar vida en situaciones de muerte. Es entonces cuando se nos permite atisbar aquello que es esencial, por mucho que sea desde el corazón… y no desde ninguno de nuestros dos hemisferios.