MIÉRCOLES. Desmantelamos la redacción. Aquello queda como la sección de papel higiénico de Mercadona. Pero, nosotros, con civismo. Y el compromiso de retornarlos. Sanos y salvos. Ellos. Y nosotros. Teletrabajo.
JUEVES. Esto es serio. La agenda se vacía.
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VIERNES. Estado de alarma. Las calles se vacían. Tengo un héroe. De mi puerta de al lado. Se llama Óscar y es mi hermano. Ni médico ni enfermero. Carnicero. De los buenos. Se maneja lo mismo con la tapilla que con el lechal. A media tarde la policía ha tenido que cerrar su supermercado, por una histeria colectiva que ha convertido cada pasillo en un lugar de riesgo debido a la aglomeración. Él, al pie del cañón. Tranquilizando. Concienciando. No se quedará en la trinchera. Seguirá en su particular frente. Gracias.
DOMINGO. Nos arreglamos para ir a misa. A la de la tele. Con cardenal y todo. Se hace raro. Por el eco que genera la voz de Osoro en una capilla vacía. Por la distancia entre las salesianas. La comunión. Espiritual. Con toda la Iglesia.
LUNES. Nueva rutina. Eucaristía matutina en Santa Marta. “Podemos llegar a pensar que nuestro Dios es más sabio y más culto, negando que pueda actuar en lo sencillo”. Píldora para hoy.
MARTES. Ocho de la tarde. Los días previos, un pequeño murmullo. Hoy, aplauso y ovación. Mejor que una tarde en Las Ventas. Se escucha el ‘Resistiré’ del Dúo Dinámico. Sabe a promesa. Desde otro balcón, un cumpleaños feliz. Vecindad. Todos a una. Aplaudo. Mientras, Reig Pla, en misa. Y no repicando. No habrá horas… A lo suyo, que no es lo de todos. Irresponsabilidad aferrada a la rendija del BOE de un Gobierno contra el que objetaría en lo demás.