Hace algunos años tuve el privilegio de desayunar con el papa Francisco en Santa Marta. Era la primera vez que lo veía desde que había dejado de ser ‘Bergoglio’. Me cuesta recordar los detalles de la conversación pero sí recuerdo con claridad que a cada momento volvía a formularme a mí mismo una pregunta: “¿Cómo hace para estar tan tranquilo?”. Podía fácilmente intuir que lo esperaba un día lleno de delicadas decisiones y, sin embargo, él estaba ahí, preguntando sobre mi salud o mi familia como si eso fuera lo único que tenía que hacer. “¿De dónde le viene esa paz?”, me decía a mí mismo.
Esta semana, en el programa Semanario que comparto con la periodista Gabriela Laschera en el Canal Orbe 21, entrevistamos al arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo Martínez, y a la hermana Martha Pelloni. El primero ejerce su ministerio en una ciudad en la que se acumulan los migrantes que intentan pasar desde África hacia Europa, y la religiosa desarrolla su labor ocupándose de niños, niñas, jovencitos y jovencitas, que son explotados laboral o sexualmente. Hablando con ellos reapareció en mi ánimo la misma pregunta: “¿De dónde les viene esa paz?”.
El arzobispo, con una sonrisa inalterable explicó el drama de miles y miles de refugiados que solo esperaban poder subir a una frágil balsa para llegar a una también frágil esperanza. Desde la ventana de su casa monseñor Santiago podía observar el Mediterráneo y sabía que allí yacían muchos niños que había bautizado en los campamentos. Consultado sobre el futuro dijo sin vueltas que no veía una solución a la vista mientras los países europeos siguieran explotando a los africanos. Y sin embargo con su sonrisa llegaba a través de Skype una contagiosa serenidad. Otra vez la pregunta: “¿Cómo hace?”
La hermana Martha, con una mirada celeste y transparente habló de su tarea en la red ‘Infancia robada’, habló de niños y niñas vendidos a los ricos aprovechando la indefensión de familias sumidas en la pobreza; aportó datos sobre la explotación sexual, la trata de personas y el tráfico de órganos; además explicó cómo todo eso era posible por siniestras complicidades entre los poderosos de turno. Pero también en ella se adivinaba la misma serenidad que minutos antes había llegado desde Tánger. Nuevamente: “¿cómo hacen?”
La paz del Señor
“Les doy mi paz” dice el Señor, y luego aclara: “No como la da el mundo”. Sí, hay hombres y mujeres que en este inmenso hospital de campaña están en contacto con las peores heridas y logran vivir con una serenidad envidiable. ¿Cómo hacen? Justamente eso, están cerca de las heridas, no miran para otro lado. Tocando las heridas de sus hermanos entran en contacto con las heridas del Maestro, allí se encuentran con el resucitado y experimentan la paz que el mundo no puede dar.
Poco importa si se vive en el Vaticano, en Tánger o en Buenos Aires. En cualquier sitio se puede escuchar la parábola del buen samaritano, siempre hay alguien cerca que ha caído y tiene heridas. No hace falta ir al África, a veces no es necesario ni siquiera salir de casa. “¿Quién es mi prójimo?” preguntó el doctor de la Ley, “hazte tú prójimo” respondió el Maestro. “Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar”, dice el profeta (Is 58,8). Esa es la manera de curar nuestras propias heridas y de experimentar aquella alegría de la que nos habla Jesús, una alegría que nadie nos puede quitar (Jn. 16,22).