Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Miedos, traumas y un poco más: cuidado con la vaguada costera


Compartir

Aquellos a quienes nos mueve el servicio y dar la vida amando a los demás, quizás debamos estar atentos a una suerte de neblina creciente que viene de nuestro pasado y que nos puede cegar, angustiar y hasta enfermar sino la vemos a tiempo y tomamos algunas salvaguardas para poderla enfrentar.



Vamos por parte… Si pudiéramos sacar un escáner espiritual de la población, ciertamente veríamos que hay muchos que, con la pandemia, los confinamientos, la conducta errática del Covid-19 y la incertidumbre política, social y económica de los países, están profundamente afectados en su salud mental manifestando estrés, depresión o enfermedades físicas derivadas de la tensión ambiental. En el otro extremo del péndulo hay quienes parecen anestesiados de todo el acontecer mundial y nacional y siguen sus vidas, como si nada, aprovechando las oportunidades que surgen y haciendo oídos sordos a las necesidades de los primeros que piden ayuda a gritos para continuar. En el medio estamos aquellos que tratamos de aliviar a los necesitados, pero que a la vez tratamos de seguir caminando y trabajando por recuperar algo de la perdida normalidad. Probablemente por agotamiento, falta de auto cuidado, por acumulación de preocupaciones y también por razones de índole personal, más de alguno ya está “raspando la olla” de energía y poca esperanza puede hallar. Sin embargo, puede que haya otro factor más complejo y que hoy quiero abordar.

¿Qué es la vaguada costera?

Es una zona de baja presión que se forma en la costa central de Chile y que habitualmente se desplaza de norte a sur. Este fenómeno solo se manifiesta en la parte baja de la atmósfera, generando nubes cerca del suelo, denominadas estratos, y en ocasiones nieblas y lloviznas. Por lo tanto, cuando hablo de “vaguada costera en el alma” es una suerte de neblina espiritual, una melancolía persistente, una sensibilidad más acentuada al frío y a la soledad y una sensación de ceguera de qué no sabes bien qué estás viviendo, para dónde vas, quién eres y si algún día el sol y la claridad, con sus certezas y tibieza, volverán a abrigarte el corazón para emprender con alegría y con paz. Me tomo de esta metáfora, porque más que la falta de esperanza y fe en Dios para seguir adelante, quizás a más de alguno –como a mí– la situación mundial le está haciendo eco con miedos enterrados de la infancia, con pequeños o grandes traumas que nos desestabilizan sin poderlos controlar y con emociones tóxicas no localizables a simple vista, pero que nos paralizan, nos hacen dudar, y nos quitan energías para seguir navegando abiertos a lo que traiga la vida con su sorpresa y complejidad.

Omnipotencia y fragilidad extrema

Cuando la “vaguada costera” se nos cuela en el alma, podemos caer en dos extremos muy peligrosos. Por una parte, creer que podemos salir solos de la niebla y la llovizna y desestimar la ayuda de otros que traigan mejores focos o claridad para salir del humedal. Por otra, no dimensionar que son nuestros niños/as heridas los que están llorando sus temores, abandonos, rechazos, violencias, abusos o quién sabe qué, nos castigamos duramente a nosotros mismos y nos exigimos alegría y fuerza donde sólo hay lágrimas y soledad guardada, que dadas las circunstancias aflora sin avisar. Claramente si vivimos violencia y locura en nuestros entornos cuando éramos pequeños, la locura y violencia que hoy experimentamos nos resuena mucho más que alguien que pasó su infancia con cordura y paz. Así nos sobre exigimos a estar bien y enteros, cuando lo que anhelamos es un espacio de protección y que alguien nos venga a acariciar. Si vivimos pobreza extrema, exilio o inseguridad en lo político- social, probablemente hoy resuena con más fuerza el temor de volver a experimentar carencias y el destierro frente a una autoridad que no podemos controlar. En esos casos, nuestra fragilidad se puede manifestar como un deseo profundo de asegurarnos o escapar de la realidad. Si lo que nos traumó fue el abuso y la agresión, quizás nos pone en alerta, nos dinamiza y nos sentimos vivos, pero no sin adrenalina extrema y agobio mayor. A ninguno de estos miedos, traumas y heridas podemos sobreponernos solos porque la vaguada nos nubla la mente y nos hace llorar el corazón, sin que obedezcan a la cordura y a la razón.

¿Qué hacer entonces?

Si la pandemia y todo lo que está pasando hizo aguas en nuestro niño/a y hoy se siente amenazado/a y vulnerable y desproporcionadamente asustado/a, lo primero es abrazarlo/a con ternura y validar sus sentimientos para que no se sienta peor. Un niño/a con traumas muchas veces se culpa a sí mismo de lo que sucede y se hunde en la vergüenza y el flagelo interior. Con la ayuda de alguien más, apenas deje de llorar, habrá que racionalizar con él/ella y decirle que casi todos los seres humanos actualmente están transitando por un estrés inédito y tienen temor por el futuro y cómo se va a desenvolver la humanidad frente a tanto desafío y cambio cultural. Sin embargo, no a todos les da la “vaguada costera” y que lejos de avergonzarse, deben sentirse orgullosos de seguir haciendo el bien y tener esperanzas, a pesar de su vulnerabilidad. Esta, lejos de ser evidencia de debilidad, expresa fortaleza, sensibilidad y resiliencia que les ha permitido superar las adversidades de la vida y que pase lo que pase, nunca volverán a ser vulnerados como les ocurrió en la infancia. Al contrario, ya tienen recursos vívidos en el alma que les permiten empatizar con otros, co-crear nuevas realidades y surfear con éxitos los terrenos inciertos, aunque no puedan ver con claridad.

Un mundo en medio de neblina

Podríamos decir, sin errar demasiado, que el mundo entero está siendo afectado por esa “vaguada costera”: nunca había existido un fenómeno tan transversal e inquietante. Es ahí donde los hombres y mujeres de buena voluntad, a los que les llama el servicio y animar a los demás, si ya habían vivido antes esta experiencia, tienen mucho que aportar. Primero, saben por conocimiento propio que todo pasa y esto también pasará. Que a los tiempos de tormenta siempre le siguen tiempos de sol y tranquilidad; que los cambios permiten recrear los hábitos tóxicos que ya no dan para más y que toda transformación cultural viene antecedida por el caos y la inestabilidad. Si como niños/as vivenciamos eso y logramos salir adelante, hoy como adultos, podemos transformarnos en refugios para los que por primera vez viven una experiencia de desconcierto total. Podemos ser esperanza y promesa para los que no confían en nadie y no saben qué esperar. Podemos acoger sus miedos y los traumas que están viviendo para que les sea más fácil superarlos y que aprendan que esto también pasará. Los seres humanos somos como la naturaleza, cíclicos y dinámicos y la vaguada es el anticipo de una nueva humanidad.

La humanidad iba mal encaminada

Quizás ninguno quería pasar por lo que estamos pasando, pero ya éramos muchos los que veíamos con vértigo que el modo de relación existente tampoco daba para más. Estábamos en una sopa tibia de egocentrismo y consumismo que daba la apariencia de seguridad. Sin embargo, la atmósfera de muchas sociedades se empezó a caldear sin que lo pudiéramos notar. El descontento, el vacío, el sin sentido, la indolencia, el individualismo, la superficialidad, la falta de vínculos nutritivos, la injusticia y la polarización fueron algunos de los elementos perfectos para generar la explosión y la ruptura de la cultura anterior y que hoy está en jaque cómo se va a reconfigurar.

Seamos amorosos con nosotros mismos si lo que ocurre nos trae ecos de dolor de antaño. Seamos atentos con los demás que necesitan alivio a los miedos de hoy. Seamos conscientes de que sobrevivimos antes al trauma y la adversidad y que ahora somos adultos y tenemos muchos más recursos y sabiduría para poder navegar. Reconozcamos que -aunque con apariencia de bien- tampoco era bueno el mundo antes de toda la incertidumbre actual y que debemos ser constructores de una nueva humanidad con nuestros aprendizajes, sensibilidad y la fortaleza de quien ha vivido la vaguada costera y tiene la certeza de que ya pasará. Dios conduce la historia y en este momento -–como en nuestra infancia– también está en, con y por nosotros irradiando su amor a cada uno y a toda la humanidad.