Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Mientras el cuerpo aguante


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Hoy me siento triste, como si este año me hubiera cobrado anteriores bonanzas con intereses. Como si en este año se hubieran materializado mis miedos y de repente, me encuentro enfrentando cara a cara el resto de mi vida de una forma inesperada y brutal.



Hoy mi corazón extraña el tiempo pasado, cuando aún estaban a mi alrededor personas que ya se han ido, cuando mis hijos eran pequeños como pequeños eran sus problemas; cuando podía abrazar, visitar, correr y viajar a un ritmo siempre acelerado, llevando todo mi ser al límite de su capacidad. Ahora mi piel recuerda con nostalgia las madrugadas en alguna alberca, el sudor del gimnasio y la calidez de las noches de bohemia cantando con los amigos. Evoco con melancolía las tardes de cine, los maratones de baile, las reuniones por la noche, pero sobre todo, la compañía, las miradas, las charlas interminables, las risas y los planes, tantos planes.

Luchas y desiertos

No es que mi vida sea una colección de momentos felices que ahora se desvanecen, porque al igual que tú, he pasado por muchas carencias, luchas y desiertos. Pero como que hoy me siento agotado de tanta batalla, cansado de ir cuesta arriba siempre sonriendo. Ahora, las ausencias me pesan y mis carencias se agrandan. Hoy percibo con total claridad mi vulnerabilidad, mi insignificancia. Como dice un fragmento de la canción Lucha de gigantes: “En un mundo descomunal, siento mi fragilidad”.

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Y no te lo cuento para provocar tu compasión ni para presumir mis angustias en un gesto de falsa humildad. Solo quiero compartir contigo un momento específico de mi vida, en el que seguramente tú ya has estado, pues no hay vida ni familia perfecta. Todos soportamos nuestras luchas sordas, nuestros desafíos personales y familiares. Todos tenemos nuestros puntos débiles, esos que son extrañamente atacados con tanta frecuencia como si trajéramos un letrero que los evidenciara, cual tiro al blanco. Péguele aquí, aquí duele. Y luego resulta que los tiradores, con igual frecuencia, son las personas que más nos importan. ¿Lo has vivido? ¿Has estado en un momento así en tu camino? Es muy probable que sí.

Y así como te comparto mi sentimiento actual, también te comparto la esperanza de que mi pequeña tormenta pasará y volveré a la batalla cotidiana como cualquier otro día, pues seguramente la vida tiene aún sorpresas agradables por ofrecer. Más allá de lo que hoy pueda sentir, aún hay mucho por hacer y creo que puedo ofrecer un poco más, al menos, mientras el cuerpo aguante.

Me aferro al Salmo 126 cuando dice: “Se van, se van llorando los que siembran la semilla, pero regresarán cantando trayendo sus gavillas”. Al final de cuentas, todo contribuye para bien de los que aman a Dios, y todo se refiere a todo, sin excepciones. Ya quiero que sea Navidad, para celebrar con alegría, la presencia de aquél que es la Luz que viene de lo alto, para iluminar a los que pasamos momentos en tinieblas y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.  ¿Lo celebramos juntos?