Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Mirar como eternos


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Quedamos a cenar casi treinta de los peregrinos que hace un año viajamos a Tierra Santa. Afortunadamente no había que estar sentado en mesas de las que no puedes escapar si alguien se pone pesado y quedas encerrado en una jaula comiendo tu alpiste con un loro al lado. El cóctel te permite ir de un lado a otro como los platitos que, con formas cada vez más raras, van revoloteando croquetas de rabo de toro, canicas de paté caramelizado o ceviches de pata de rana. Como pajaritos vamos volando y cazando bichitos de un grupo a otro, algunos dulces y otros salados, cruditos o con un toque de amargura que cuesta digerir.



Al llegar había saludado a L. y Cm., dos mujeres que ya han recorrido casi todos sus sesenta. Con L. conviví menos durante el viaje porque nunca salía tras las visitas del día, se quedaba descansando en nuestro alojamiento. Pasó por Tierra Santa con tal elegancia y delicadeza que no creo que sus pasos hayan movido ninguna piedrecilla de por donde pisó.

¿Qué tal estás?, le preguntó mi amiga Mn, con quien había ido a la cena–. Os veo muy bien –dijo muy amable, porque a ella no le sale no serlo.

Vi a L. de cerca, estaba a su lado. Su pelo, muy bien moldeado, tenía claridades, y su piel estaba muy brillante. No se la veía muy bien, pero su sonrisa y apacibilidad le daba aspecto encantador.

–No, no estoy bien, confesó como si estuviera declarando la paz en medio de una guerra.

–Vaya, lo siento, se apenó Mn., el rojo del pintalabios se le oscureció.

–Tengo metástasis mamaria, reveló L. sin romper, con la tranquilidad con que se deshace un lazo bien anudado.

Nos quedamos en silencio. Acaricié su antebrazo.

–Hace doce años que llevo con ello.

El sobrecogimiento quedó superado por la admiración ante su entereza. Su hermana Cm asentía. El camino no tiene retorno. ¿Alguno lo tiene? Parecía que ella supiera su día y hora pese a que su elegancia y dulzura disimulaba la fragilidad. Aunque camina con cuidado, su camino no es callejón, sino ancho y con horizontes a los cuatro lados que mires.

Luego hablamos durante el cóctel. Es una persona atractiva. Son sus ojos los que cautivan: azules, pequeños y vivos, bondadosos y sabios. Su boca de labios finos habla como quien regala palabras. Se cansa fácilmente, pero aguantó de pie hablando con unos y otros hasta casi medianoche. La ligereza con la que habita te hace olvidar su enfermedad. O, más bien, su vulnerabilidad tiene poder de pacificación de aquel que se acerca a ella.

Estuvimos un rato compartiendo algunas historias divertidas, parece como si en ella no cupiera la tristeza, está revestida de una humilde alegría que la protege. En lo que contaba sentía palabras de verdad, sin pretensión ni urgencia, como si fuésemos a seguir viéndonos cada mañana en el trabajo. Habla como quien sabe que cada palabra que decimos puede ser eterna si la escribimos con tinta de amabilidad.

Contemporaneidad

Por la mañana había estado también con Mn en un retiro inspirado en los modos de amar de Beatriz de Nazaret. Uno de nuestros amigos, Dg., compartió su asombro ante la contemporaneidad de las palabras de aquella mujer del siglo XIII a la que la historia y la Iglesia habían olvidado ochocientos años. Y Dg concluía: las palabras que son verdad siempre suenan actuales porque son eternas.

Llevo desde esa noche pensando en L. Sus frágiles y gentiles palabras –que salen de su boca azules y pequeñitas como los topacios de sus ojos– son capaces de romper uno a uno los ladrillos con que cerramos las calles de la vida dejándolas sin salida. El coraje de la bondad de L. y la amabilidad de su valentía, hace cambiar de dirección el camino de su vida, hace que toda su vida sea no un camino a un horizonte, sino un horizonte sobre el que camina. Toda su vida es un camino que es convierte en horizonte, toda su vida camina por la orilla de la eternidad. Debemos comprender nuestra vida no como un camino a ningún sitio, sino como horizonte que orilla con la eternidad y por el que caminamos codo a codo, huela a huella con ella.

La vida no es un camino por el que vamos hacia lo eterno, sino un horizonte caminable que linda con la eternidad, y tenemos que habitarlo como miran los ojos de L, con su paz azul, su paz de limpio cielo.

Mandé un mensaje a Mn.: tenemos que volver a vernos pronto con L. y su hermana Cm., este otoño. Para que nos recuerde lo que nunca muere y mirar como eternos.