Los retos y desafíos pastorales que se nos presentan son tan diversos como lo es la realidad misma. El cambio de época que vivimos en nuestras ciudades está lleno de contrastes y es que “La ciudad se ha convertido en el lugar propio de nuevas culturas que se están gestando e imponiendo con un nuevo lenguaje y una nueva simbología. Esta mentalidad urbana se extiende también al mismo mundo rural. En definitiva, la ciudad trata de armonizar la necesidad del desarrollo con el desarrollo de las necesidades, fracasando frecuentemente en este propósito”. Documento de Aparecida (DA) 510.
Este fracaso por armonizar o equilibrar el desarrollo, queda de manifiesto en muchos fenómenos de los cuales estamos siendo testigos diariamente. “En el mundo urbano, acontecen complejas transformaciones socioeconómicas, culturales, políticas y religiosas que hacen impacto en todas las dimensiones de la vida. Está compuesto de ciudades satélites y de barrios periféricos” (DA 511). Es este contexto, como Iglesia queremos acercar la luz de Cristo que ilumina y llena de esperanza la vida de las personas, pero debemos reconocer que pastoralmente nos hemos quedado cortos, hemos trabajado mucho viéndonos rebasados en más de una ocasión. Lamentablemente no siempre hemos tenido conciencia de la realidad concreta, sentida y vivida en nuestras ciudades.
Hoy estamos llamados a mirar contemplativamente la realidad que vivimos, para después definir el servicio evangelizador que queremos ofrecer. Contemplar, es mirar en profundidad la realidad para descubrir el sentido último de las personas y de los acontecimientos; por eso, indirecta o directamente, siempre remite a Dios.
La ciudad necesita de nuestra contemplación, “…Necesitamos reconocer la ciudad desde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas” (Evangelii Gaudium 71), sin la mirada contemplativa, la realidad se fragmenta, aún y cuando la realidad puede mirarse desde muchos ángulos, el contemplativo busca con todos los sentidos abiertos el fundamento último de todos los lados y de todos los puntos de vista, de ahí que leamos en la obra El Principito de Antoine de Saint Exupery: “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.
Jesús es la referencia
La referencia ineludible es Jesús, que como contemplativo leyó a fondo los signos de su época para discernir los caminos del Padre que promueve la vida de las personas. La contemplación fue una práctica habitual en su vida. La realidad contemplada es un medio privilegiado para el anuncio del Reino. Porque fue contemplativo en su compromiso humano y social de cada día, sus palabras, acciones, sufrimientos y muerte, vividos con amor, fueron salvación para todas las personas.
Jesús posee esta mirada que transforma la realidad en el proyecto de su Padre y realiza con ello la presencia de su Reinado. Para ello Jesús vive tres experiencias fundamentales: la experiencia del Hijo que se deja mirar por el amor de su Padre (Abbá), la experiencia del hombre que mira la historia en la cual su Padre busca manifestarse y la experiencia del Santo Espíritu que ilumina su mirada y transforma la realidad. Estas tres experiencias son indispensables en nuestra vida, para que podamos transformar nuestra mirada con la que miramos la realidad que nos rodea.
* El autor es también Secretario Técnico del Proyecto Global de Pastoral 2031+2033 de la Conferencia del Episcopado Mexicano