Una moción es una reacción espiritual frente a un suceso relacionado con el bien. Así como las emociones son respuestas a los datos externos captadas por los sentidos, las mociones son respuestas a los datos de la interioridad captados por la conciencia. Desde nuestra tradición afirmamos que Dios es la fuente espiritual de todo, y así definimos una moción como la reacción a la voz del Espíritu en nuestras vidas.
En el mundo pragmático de hoy hablar de las sutilezas de la realidad espiritual, podría sonar anticuado o irrelevante. Pero cabe considerar que a veces son justo esas pequeñas realidades las que nos permiten dormir tranquilos o nos atosigan con insomnio. Son las que dan sentido a la vida o la pueblan de insipidez y pequeños ascos. Animan la ecuanimidad o los ataques de pánico. Nos inspiran a las tareas más nobles o al suicidio. Con lo anterior no afirmo que todo bienestar o malestar tenga origen espiritual. Pero sí sostengo que en ocasiones es la causa.
Así que, en esta época de depuración o luminosidad espiritual de cara al Misterio de la Pascua, te invito a examinar con detenimiento tu vida interior.
Preparativos
Primero necesitamos reafirmar a qué nos invita Dios. La tarea sería difícil si creyésemos en un Dios castigador, hiper vigilante o inseguro, pues nos imaginaríamos que nos pide sufrimiento, restricción o servilismo. Pero Jesucristo nos confirma un Padre amoroso, paciente y solidario (cf. Lc 15, 11-32) y a su vez revela la Gracia del Espíritu. Por ello afirmamos que la voz del Espíritu hacia nuestro actuar moral es un llamado permanente a la unidad y al amor. Un “Te amo, ven”, sin recovecos, estrategias complicadas, ni letras chiquitas. Por ello sabemos que cada vez que nuestro actuar moral nos acerque o precise el rumbo hacia Él, su mensaje será un “¡Sí, vamos, bien hecho!” mientras que las decisiones y acciones que nos alejen de él tendrán por respuesta un “¡No, ¿Qué haces? no te alejes!”
Segundo, necesitamos superar el mito restrictivo de la conciencia. La vida espiritual, lejos de condenar o limitar otros dinamismos humanos como inteligencia, libertad, desarrollo orgánico, creatividad, solidaridad y afectividad, los enriquece y potencia. Es decir, la moción no se opone a la idea, le aporta pistas. No restringe la decisión, señala el bien mayor. No se opone al placer, muestra lo saludable y pone la vida en primer plano. No es aburrimiento, sino fuente de maravilla y asombro. No nos carga de culpa, sino integra afectos hacia la plenitud.
Tercero, detallemos dos tipos de mociones. Ignacio de Loyola (2018) distingue entre consolación y desolación como los dos tipos de mociones fundamentales. La consolación es la respuesta espiritual de mi ser cuando me acerco a Dios, a través de mis hábitos, acciones, inclinaciones o preguntas relacionados con lo bueno o lo mejor. Y ese acercamiento genera frutos espirituales distintivos como amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre o templanza (Gal 5, 22). Por ejemplo, el consuelo es evidente cuando, tras habituarme a realizar obras de misericordia, aprendo que recibo más de lo que entrego. Iba a ofrecer alegría a un enfermo y descubro que eso me llena de un gozo inexplicable. Y también me siento bien conmigo mismo después de hacer una obra buena, y eso me da energía para todo el día. Una pequeña consolación en forma de amabilidad.
La desolación es justo lo opuesto, una respuesta de mi conciencia cuando me alejo de Dios a través de mis hábitos, acciones, inclinaciones o preguntas relacionados con lo bueno o lo mejor. San Pablo nos advierte sin rodeos que este alejamiento se refleja en degradaciones en forma de fornicación, impureza, indecencia, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, ira, contiendas, discusiones, partidismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes (Gal 5, 19-21). Quizá en algún momento hayamos resbalado, al pensar que cierta acción “no estaba tan mal” o “se veía divertida” para después, tras insistir en hábitos auto destructivos, acabar en desolaciones en forma de llanto incesante o de una rabia tal que nos rechinan los dientes.
Te reto
Habiendo revisado la naturaleza del llamado, de la conciencia y las mociones, vayamos al reto.
En un espacio privado de silencio aparta un par de horas sin distractores ni interrupciones. Haz introspección y obsérvate a ti mismo, en plenitud, sin juzgarte y sin necesidad de demostrarle nada a nadie. Esto es para tu propio beneficio y felicidad. El examen de conciencia es una puerta que solo tú, desde tu libertad interior, puedes abrir. Mira tu estado general de ánimo y observa tu espiritualidad. Si la sola idea de hacer este ejercicio te turba, allí ya hay una pista. Y si la idea de hacerlo te anima, también refleja un llamado.
Si gustas, guíate por la Escritura y ubica ese fragmento de la carta de Pablo a los Gálatas (Gal 5, 13-25). Lee con detenimiento lo que dice, nota lo que a ti te dice, examina las mociones que te genera y dile a Dios lo que nazca de tu corazón. ¿Tus mociones reflejan los frutos del Espíritu, una trayectoria de degradación o una mezcla de ambas? ¿Qué hábitos y acciones las respaldan tus consolaciones o desolaciones? ¿Tus inclinaciones o cuestionamientos te traen paz o inquietud? Concluye, ¿Lo que acabas de vivir amerita refuerzo, continuidad, ajuste, o conversión? Y a partir de allí toma acción.
Mucho éxito. Te deseo un fructífero examen y una feliz Pascua.
Referencia: Ignacio de Loyola. (2018). Ejercicios Espirituales. Bilbao: Mensajero.