Desde hace unos días, los medios de comunicación nos ofrecen informaciones a propósito del rey emérito que el presidente de Gobierno calificó como inquietantes y perturbadoras. Sea como fuere, lo cierto es que esas informaciones están siendo utilizadas por algunos para atacar la institución monárquica; otros, en cambio, tratan de separar las actuaciones de Juan Carlos I y las de Felipe VI, precisamente para salvaguardar la institución.
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Aunque estos tiempos no son los de la Biblia, también en la Escritura encontramos un conflicto parecido entre formas de gobierno o de estructura social. Según el relato bíblico, allá por el siglo XI a. C., Israel era una confederación de tribus regida por los ancianos o cabezas de familia de los clanes y con ayuda de algunas figuras carismáticas –conocidas como jueces–, con un marcado carácter militar, que surgían especialmente en situaciones de conflicto.
“Tú eres ya un anciano”
En medio de esa situación, allá por el siglo X emergió una tendencia que pretendía hacer de Israel una sociedad “moderna” de su tiempo y, por tanto, estructurarse en torno a una monarquía (entre otras razones, para poder ser más eficaz de cara a sus disputas con los filisteos), como los pueblos vecinos. “Se reunieron todos los ancianos de Israel y fueron a Ramá, donde estaba Samuel. Le dijeron: ‘Tú eres ya un anciano y tus hijos no siguen tus caminos. Nómbranos, por tanto, un rey, para que nos gobierne, como se hace en todas las naciones’” (1 Sam 8,4-5).
La propuesta no gustará al profeta Samuel, que piensa que de ese modo se hacía de menos a Dios, que era el verdadero rey de Israel. Los v. 11-18 de este mismo capítulo 8 de 1 Sam son un verdadero alegato “republicano”, con todas las desgracias que sobrevendrán con un rey al frente de Israel.
Obviamente, las situaciones son incomparables, porque en el caso del antiguo Israel estamos hablando de una monarquía prácticamente absolutista (a pesar de que, en Dt 17,14-20, encontramos la llamada “ley del rey”, con importantes restricciones al ejercicio regio). No es el caso de una monarquía parlamentaria moderna en una democracia liberal, donde todos estamos sometidos al imperio de una ley que es igual para todos, con los perfeccionamientos que quepa hacer.