28 de junio, Día del Orgullo LGTB. Un día en el que reivindicamos la igualdad de derechos de todas las personas del colectivo y denunciamos las agresiones lgtbifóbicas, los discursos de odio y la retracción de derechos LGTB+ que vivimos en nuestra sociedad actual.
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¿Qué nos pasa como sociedad?
Cada vez que llega el Orgullo me planteo qué estamos haciendo mal como sociedad. No entiendo que en pleno siglo XXI no comprendamos algo tan sencillo como que no existe un único tipo de amor ni de identidad.
En vez de apoyar una lucha que lo único que busca es la igualdad y el respeto de aquellos que, durante siglos, se han visto oprimidos y discriminados, nos centramos en criticar y perpetuar unos estereotipos alejados de la realidad, que lo único que crean son discursos de odio y un campo de batalla donde, por desgracia, hay dos bandos enfrentados poniendo en duda los derechos de las personas.
No me parece tan difícil de entender que una persona puede sentirse atraída por personas de su mismo género, o que puede no sentirse cómoda con los roles de género que le asigna la sociedad.
Muchos de los comentarios lgtbifóbicos se fundamentan en supuestos conceptos biológicos que, lejos de ser reales, son meras simplificaciones sacadas de contexto. Como sociedad, hemos asignado, de manera arbitraria, una serie de características, comportamientos y cualidades a uno u otro género para que nuestro cerebro clasifique a las personas que le rodean, y le sea más fácil interaccionar con su ambiente. Pero esta clasificación arbitraria no se corresponde, ni de cerca, con la realidad biológica. Por mucho que nos sorprenda, la determinación del sexo biológico es mucho más compleja que el tradicional sistema XX o XY. Desde la presencia de caracteres intersexuales, hasta sistemas complejos donde existen mujeres trisómicas (XXX), hombres con una dotación cromosómica diferente (XXY, por ejemplo), o un amplio abanico de personas que no encajan en esta versión simplificada de la determinación sexual.
Lo siento, pero me parece ridículo que, en vez de fomentar una educación sexoafectiva de calidad que abarque más allá de las relaciones heterosexuales, y que facilite herramientas que nos ayuden a comunicar lo que sentimos y a tener un mínimo de inteligencia emocional con las personas con las que estamos saliendo, nos centremos en defender que solo existe un tipo de amor muy concreto entre un hombre y una mujer, y que todo lo demás no es válido.
Una realidad muy presente en la Iglesia
Esta realidad no es ajena a nuestra Iglesia. Por desgracia, aún existe un sector bastante grande de la Iglesia que se niega a acoger a todas las personas, y que se siente con la libertad de decidir quién puede formar parte de la Iglesia y quién no.
¿Acaso se nos ha olvidado el encargo de Jesús de amar al prójimo como a nosotros mismos? ¿Desde cuándo actuamos como aquellos sumos sacerdotes que se creían superiores y rechazaban a publicanos, samaritanos, y a cualquiera que fuera distinto a ellos? ¿Por qué nos sentimos con la libertad de lanzar la piedra a personas que no conocemos y que, posiblemente, estén amando de una manera más sana que muchas de las personas a las que sí aceptamos?
Me sorprende que haya personas que no entiendan la Iglesia como una gran comunidad donde todas tenemos cabida y donde, lejos de juzgar o atacar al otro, acogemos y escuchamos al diferente y aprendemos de ellos. No entiendo por qué la Iglesia es incapaz de acoger a todas las personas, y solo algunos tienen derecho a formar parte de ella, pero desde luego no es la Iglesia que desde nuestro movimiento queremos construir. Quizás si entendiéramos la Iglesia como una gran casa común donde todas nos sentimos seguras y donde, a pesar de nuestras diferencias, trabajamos por acercar el Reino de Dios, el amor y la acogida a la sociedad, nuestras comunidades se parecerían más a las de los primeros cristianos y dejaríamos de atacar, excluir y criminalizar a los diferentes.