Un informe de Intermón-Oxfam, centrado en las mujeres andinas que trabajan en España, denuncia las condiciones de un sector especialmente castigado por la política migratoria. El estudio desvela que ser mujer, inmigrante y trabajadora del hogar es sinónimo de una triple discriminación hacia la mayor parte de mujeres que deciden venir a España en busca de empleo.
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El ser mujer les determina, casi exclusivamente, dedicarse al trabajo de hogar y de los cuidados, además la falta de previsión de las políticas de inmigración lleva a una mayoría a una situación irregular y eso les condiciona a la hora de exigir derechos y condiciones dignas de trabajo.
La Organización Internacional del Trabajo refleja en sus informes que quienes trabajan en los cuidados de manera remunerada, en gran parte, son mujeres y con frecuencia migrantes que, en muchos casos, trabajan en la economía sumergida, en condiciones de gran precariedad y con salarios muy bajos.
Este mismo organismo señala que el personal doméstico experimenta las peores condiciones de trabajo dentro del amplio grupo de trabajos dedicados a la prestación de cuidados, y son especialmente vulnerables a la explotación. Además de esta situación de precariedad social y laboral, viven episodios de violencia de manera generalizada.
Todo esto lo vemos reflejado en los siguientes testimonios extraídos de la revista Noticias Obreras:
La hondureña Cristina Y. Aguilar, empleada de hogar cobraba por debajo del salario mínimo interprofesional. El trato en algunas familias era bueno pero que en otras no tanto. Y contaba que tras ocho años estaba cansada de que abusarán de ella, de aguantar insultos, de buenas palabras que nunca se cumplían, se decidió a denunciar a la Inspección de trabajo. Finaliza diciendo “me despidieron cuando pedí que cumplieran la ley”.
Delia Honzi cuenta que llegó a España desde Paraguay hace 15 años. Es trabajadora del servicio doméstico. Durante el confinamiento siguió acudiendo a la casa donde trabajaba. Nos comenta: “Tenía que salir todos los días, mientras los demás estaban confinados. Tenía miedo a enfermar”, pero también a “ser despedida por faltar”, como le ha ocurrido a muchas de sus compañeras con peor suerte. Además perdió parte de los ingresos. Se sintió desilusionada. pues a la primera de cambio, después de tres años cuidando empezaron a recortar por ella. Aunque tiene un contrato legal y sus condiciones se ajustan al mínimo legal, tiene la sensación de que la tratan como una esclava, pues su situación vital depende de las decisiones de sus empleadores. Reconoce que era todavía peor cuando trabajaba como interna (durante 11 años), “no salía, no podía ver a nadie y estaba siempre pendiente de lo que me mandaran”.
Por su dignidad
Estas realidades de sufrimiento son acompañadas por la Iglesia en algunas diócesis de España que, a través de la iniciativa Iglesia por el Trabajo decente, la Pastoral Obrera, y otras organizaciones…, han emitido comunicados, denunciando la situación de indecente precariedad del colectivo de las empleadas de hogar. Se han hecho eco de sus experiencias y las han apoyado para que se asocien en pro de su dignidad. Sin ellas, otras trabajadoras y trabajadores no podrían realizar sus empleos en las escuelas, los hospitales, los juzgados, etc.
Como dice el papa Francisco en ‘Fratelli Tutti’, 35, “ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado”.