Sin papeles. Es Mujer. Como si fueran vulnerabilidades añadidas. Le trajeron para cumplir su “trabajo”. Aunque ya se sabe que la normativa española tiene grandes incongruencias. La de estar sin papeles y, por tanto, penalizada. Y, por otro lado, la petición de regularización de su situación precisa el permanecer tres años de forma irregular. Algo así como aguantar como persona irregular para ser premiado. Un sinsentido, vamos.
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Aunque en nuestro caso, la mujer de la que os hablo encontró acogida en un barrio humilde cerca de la Plaza de Castilla en Madrid. Y, en la estancia en donde vive, hay una foto suya en la pared que va acompañada siempre de un calificativo en un rotulo en rojo que la define como “sin papeles”.
Y curiosamente pudo pasear libremente por Madrid sin ser molestada ni demandada nunca por su situación, en los 20 años que lleva con nosotros. Un tiempo largo que le ha permitido vivir el contraste de la opulencia de las vecinas cinco torres en Madrid con la modestia de las casas en el su barrio ventillero y popular. Y, por lo tanto, vecina de muchísima gente que acude a ella en búsqueda de consejo, protección y fuerza para algunos ánimos a veces vacilantes.
Desde hace años pasea con garbo su ciudadanía extranjera sin que su imagen y perfil de emigrante le haya ocasionado molestia alguna. Lleva “traje” de emigrante en casa y cuando sale de ella. Desde hace veinte años es muy amiga y hasta cierto punto “lideresa” de sus compatriotas ecuatorianos. Incluso muchos la visitan para agradecerle sus servicios. La han aupado a hombros muchas veces por festejarla. Sobre todo en noviembre, que es cuando celebra “su santo”.
Una presencia sanadora
Originaria de Oyacachi, un pequeño pueblo indígena en Ecuador ubicado en las estribaciones de la cordillera Oriental, al este de Quito. Posteriormente encontró acomodo en otro lugar donde la visitaba mucha gente. Desde lugares lejanos. Dicen que solo con su presencia tranquilizaba situaciones y acompañaba dolores. Era sanadora simplemente estando con ella. Y lo sigue siendo en España.
Un compañero, Miguel Ángel Sánchez-Arjona, SJ, en 2003 viaja a Ecuador para conocer la realidad de origen de las familias que van llegando a Madrid. En su viaje de regreso le acompaña esta mujer que entra por Barajas sin papeles. Y sin problemas.
Le visité este pasado 21 de noviembre por las calles de la Ventilla. Y comprobé que a su paso le saludaban muchos paisanos de su tierra, incluso unos policías ese día le abrían paso.
Religiosidad popular
Ya habrás adivinado, querido lector, que me refiero a la llamada Virgen del Quinche, que dicho domingo en un recorrido procesional, llevada en andas con la bandera de Ecuador a sus pies, abarcaba varias manzanas acompañada de música de su país, himnos, flores, rezos y cantos gracias a una perfecta organización de la ejemplar Asociación de la Virgen del Quinche y la Parroquia de San Francisco Javier y San Luis Gonzaga, que han ido modificando al igual que el programa de actos en su honor, la estructura organizativa del culto.
La religiosidad popular no deja de crecer. Y muy especialmente entre los más pobres del mundo. Haríamos bien en abrirnos a una apertura que nos acerque a la experiencia devocional y espiritual sobre la que como Iglesia necesitamos reflexionar a la luz, entre otras fuentes de la antropología, la teología y el magisterio.
Una religiosidad popular que tiene su lugar dentro del gran cuerpo en Cristo. Durante tanto tiempo olvidada e incluso despreciada. Quizás si nos acercáramos a la religiosidad de los más humildes se podrían aportar nuevas claves para reforzar una Iglesia con preferencia por los más pobres. Notando entre nosotros, como señala el documento de la Conferencia Episcopal española ‘Iglesia servidora de los Pobres’ (nº 9), que “los más pobres entre los pobres son los extranjeros sin papeles”. Habrá que estar al tanto para no coartar la fuerza misionera de la religiosidad popular que es fruto del Espíritu.
La Iglesia es Jesús, su Cuerpo, pero Jesús presente en su pueblo. La Iglesia es también realidad humana, asamblea, el “lugar” donde se realiza, donde se vive, donde está “esta Iglesia”, una “comunidad” de comprometidos e iguales en torno de Jesús. En la medida que la religiosidad popular no se ha hecho folclore sin sentido, o magia, o superstición, no se ha desviado de su esencia (lo que, por otra parte, es también posible en la Iglesia oficial, y se da en bastantes casos) la religiosidad popular es lugar eclesial.
Me lo recordó una Mujer que llegó sin papeles, pero que juega un “papel” fundamental en la integración, y cohesión social de los emigrantes. Y no solo de los ecuatorianos.