Mukiri y el ruido de la sentencia


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En medio de tanto ruido estéril, de tanta soflama gradilocuente, se cuela la muerte de Mukiri el silencioso, ese hermano de la Consolata que hablaba con su varita de zahorí buscando agua en Kenia y que, hace seis décadas, entonó sin abrir la boca su particular cántico a las criaturas ideando una obra de ingeniería hidráulica que salvó de la sequía a miles de familias, evitándoles el maltrago de emigrar a Nairobi para mal morir en sus slums.

Giusseppe Argese, que así se llamaba, llenaba su silencio –que le valió su sobrenombre en swahili– de servicio y creatividad a la comunidad en la que se había insertado, en Meru. No puedo dejar de pensarlo en estos momentos de engolamiento y vacuidad al recordar a ese hombrecillo autodidacta, que si hubiese nacido en otro siglo, o en otro mundo, sería reconocido como un genio.

Aún hoy, aquel sistema de presas y acueductos basado en la fuerza de la gravedad, con 250 kilómetros de tubos que cruzan la selva sin que apenas se aprecie su impacto en parajes casi vírgenes, surtiendo de agua a 300.000 personas, sigue siendo objeto de tesis doctorales.

Misionero Consolata Kenia Giuseppe Argese

El hermano Argese en su misión de Meru, donde creó y sirvió durante seis décadas

De entrada, parecía adusto. Era que le faltaba el don de la palabra, no por mudo, sino por tímido. Lo suyo era comunicarse a través del servicio. Y sonreír. Alojado unos días en su casa, “la cueva del oso” la llamaba, no resultó el anfitrión más hablador, pero sí de los más hospitalarios: sus muebles, su queso, su vino, todo preparado por él, lo puso a disposición de aquella expedición de Manos Unidas, que ayudaba a financiar aquellos proyectos.

Ahora, en vísperas del Domund, en pleno Mes Misionero Extraordinario, siento su marcha. Y echo en falta ese espíritu creativo y de servicio entre nosotros. Quizá por eso tiene más eco un comunicado del Barça sobre la sentencia del procés que el de la Conferencia Episcopal Tarraconense. Por el ruido.

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