Müller, un reformador a destiempo


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El cardenal Müller lleva un reformador dentro, aunque lo saque a destiempo. No le ha gustado que, al cumplir su quinquenio en Doctrina de la Fe, el Papa no le renovase como prefecto. “Me comunicó su decisión en un minuto”, se quejó a las pocas horas. Lástima que nadie le hiciese ver que él se fue despidiendo nada más publicarse Amoris laetitia con una toma de postura que dio alas a ese sector hooligan que, hasta que llegó Francisco, comulgaba con el obelisco de la plaza de San Pedro.

También ha dicho que “ese estilo no lo puedo aceptar”, ignorando, al parecer, que si se le ha respetado el quinquenio ha sido, sobre todo, por consideración a quien le nombró prefecto y ahora es el Papa emérito.

Pero donde se ve este espíritu reformador es al reclamar, al hilo de su cese, que “la enseñanza social de la Iglesia ha de aplicarse” también en estas situaciones. Asombra viniendo de quien ha sido prefecto de lo que todavía se conoce como Santo Oficio, y que en sus delegaciones a lo largo y ancho de la Iglesia universal, sigue basando parte de su trabajo en la delación y sus mil y una motivaciones poco caritativas, dejando a las personas a los pies de envidias, rencores y maledicencias.

¡Cuánto dolor se habría evitado si la enseñanza social de la Iglesia se hubiese aplicado en el palazzo de Doctrina de la Fe y sus sucursales! “Preferiría encontrarme nuevamente ante un tribunal de Hitler”, dijo tras sufrir los rigores de su proceso el redentorista alemán Bernhard Häring.

Y el teólogo dominico francés Yves Congar, que llegaría a ser cardenal, alivió su malestar orinando en los muros del edificio romano, idea que, andando los años, seguiría un redentorista español. Pero no hay que ir tan lejos. Tampoco en la sucursal española ha brillado la justicia que ahora reclama el exprefecto.

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