El sueño de regresar a una Iglesia poderosa, capaz de no sólo influir sino de indicar formas de convivencia, simbologías y ritos en la sociedad, no está muerto, y de vez en vez regresa con mucha fuerza. Así, me parece, está pasando entre algunos grupos católicos en México.
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Resulta que la ONG Kanan Derechos Humanos interpuso un amparo contra tres municipios en el estado de Yucatán: Mérida, Chocholá y Mocochá, por “colocar objetos decorativos en alusión al nacimiento de Jesucristo, los meses de diciembre y enero en espacios públicos”.
El ministro de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) mexicana, Juan Luis González-Alcántara, elaboró un proyecto de sentencia que, de inmediato, convocó a bandos en favor y en contra de la propuesta, grupos que, en el extendido ambiente de polarización reinante en el país, han exacerbado sus posiciones.
Por una parte, quienes respaldan esta protesta, ven en los así llamados “nacimientos”, que cada vez más se vienen instalando en palacios municipales, plazas, bibliotecas, hospitales e instalaciones públicas, un atentado a la cultura laica, una invasión de territorios necesariamente no confesionales, una falta de respeto para quienes tienen otras creencias, y que ven como un agravio este tipo de manifestaciones en tales sitios.
Por otro lado, organizaciones de la sociedad civil, pero con raigambre católica, entregaron a la Suprema Corte más de 40 mil firmas, exigiendo el respeto a la libertad religiosa en México que, a su juicio, se ve amenazada por esta iniciativa. Añaden que una sentencia en contra de los nacimientos se podría extender a prohibiciones de imágenes como la Virgen de Guadalupe o San Judas Tadeo, quienes gozan de profunda devoción popular.
Pues bien. La SCJ ha decidido postergar, de manera indefinida, el debate y la eventual sentencia de veto. Tal medida fue interpretada, obvio, como una dolorosa derrota por los denunciantes, y una supuesta victoria para los opositores al protocolo jurídico.
A ver. Me dirijo a estos segundos.
Quienes somos creyentes tenemos derecho a ser respetados en nuestras manifestaciones religiosas públicas, dígase peregrinaciones, misas en las calles, oraciones comunitarias en parques, etc. ¿Y quienes profesan otros credos? ¿O ninguno? ¿Qué diríamos los católicos si se instalan en las sacristías de nuestros templos fotografías del actual presidente de la república, como las hay en las oficinas de gobierno? ¿O se nos obliga a tener junto al altar una bandera nacional?
Los sincretismos son tendencias a conjuntar y armonizar corrientes de pensamiento o ideas opuestas, logrando una mezcla no sistemática entre elementos que son contradictorios. Tales fenómenos se van fortaleciendo, o despareciendo, con el paso de los años, de los siglos. Los altares de muertos ejemplifican esta realidad. Se han venido emplazando, durante los últimos años, en todo tipo de ambientes, lo mismo hogares que canchas deportivas, universidades y clínicas privadas que públicas. Un adorno religioso ha devenido en un simbolismo cultural.
Por ello: ¿si dejamos que tales expresiones se amolden o no a nuestras tradiciones y costumbres? ¿Si, como reza el dicho, dejamos que al paso de la carreta se acomoden las calabazas? ¿Si también damos respeto en vez de sólo exigirlo?
Pro-vocación
Hoy que celebramos la Jornada Mundial de los Pobres 2022, el papa Francisco nos invita a recordar que la caridad no debe ser considerada como una obligación, sino como un signo de amor, tal y como lo ha testimoniado Jesús, y a compartir lo poco que tengamos con quien no tiene nada. Hagámoslo.