La campaña electoral de 2023 ha girado alrededor de un gran tema central: la verdad. Los debates en la calle no han ido sobre economía, educación o política territorial, sino sobre quién usaba mentiras o más mentiras.
Quizás muchos se hayan desanimado por el empleo táctico de bulos y la difusión de mentiras que parecen quedar incontestadas, salvo por la ética profesional y el coraje de algunos periodistas. Vivimos tiempos en los que la doctrina trumpista de la postverdad ha llevado a que la mentira se imponga con impunidad y se difundan engaños de tal envergadura que parece imposible que sean creídos por alguien.
Sin duda, es muy preocupante que se extienda una desconexión tan confundida y hasta querida con la realidad. Hay demasiada gente dispuesta a creer cualquier cosa contra sus adversarios. Hemos perdido el sentido crítico porque hemos perdido el sentido de la Verdad.
En 2023 ha habido signos inquietantes de que hemos entrado de lleno en la Edad del Ser: la Inteligencia Artificial abre nuevos retos a la verdad, y China y Rusia afirman que la democracia y los Derechos Humanos son lo que ellos digan que son. Y las campañas electorales han asumido la mentira como recurso común porque no tiene castigo en votos.
Gente indignada
Pero también ha habido gente indignada, de uno y otro color político, contra las mentiras de los candidatos propios y alternativos. Quizás comenzamos a comprender que haber denostado la verdad nos conduce al desastre. El relativismo absoluto, el contruccionismo, el juego diletante con el nihilismo y otras disoluciones de la categoría de la Verdad nos han llevado a un mundo en el que el Leviatán de la mentira nos come a todos. Al final no triunfan unos u otros, sino solo el espíritu de la Mentira.