Nadie vio nada. Nadie notó nada. Nadie escuchó nada. Nadie se conmovió por nada. No vieron cómo la hacían callar solo con una mirada. No notaron que se iba apagando y las ojeras cada vez eran más grandes, aunque sonriera. Nadie escuchó los chismes, las difamaciones, los corrillos, el acoso y derribo. Nadie se conmovió cuando la retiraron de sus tareas y responsabilidades habituales, cuando empezaron a omitir su nombre, como si no existiera. Nadie vio nada. Si crees saber de quién hablo quizá sea porque, por desgracia, casi todos conocemos algún caso cercano. Podría poner unos cuantos nombres pero no es necesario y no quiero hacerlo.
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Nadie vio nada. 10 años. Un pequeño pueblo, cualquiera de nuestra España vaciada, donde no tienes la opción de cambiar de colegio si acosan a tu hijo y en clase no son más de 12-14 alumnos. Le pegan antes de entrar, se burlan por los pasillos. Da igual el motivo: no nos gusta tu pelo, tu marca de zapatillas, la casa de tu abuela o la ciudad de donde has venido. “Cosas de niños… Se lo inventa”, dicen unos. “Exagera, está lleno de imaginación”, dicen otros. Sitios pequeños (pueblos, barrios) donde todas las familias se conocen bien y los estratos sociales y de poder están más que definidos. Nadie vio nada. Nadie le cree. De nuevo podría poner varios nombres, pero siempre quedarían muchos otros por nombrar, desgraciadamente.
La sensibilidad contra el abuso crece, sin duda, en nuestra sociedad. Pero quizá no atendemos a señales anteriores y aparentemente más pequeñas. Burlarse de alguien, utilizar la ironía para dañar, dejar de mirar a alguien por sistema, normalizar que los niños en el cole se pegan y tienen que aprender a defenderse…, y, por encima de todo, no ver nada, no oír nada, no hacer nada.
Tolerancia cero
Se multiplican programas, reuniones, cursos, diferentes iniciativas gritando tolerancia cero con todo tipo de abuso, animando a denunciar, a visibilizar, a no claudicar por el bien de todos. Pero con la misma fuerza y desde las mismas instituciones llega el mensaje de vuelta: “Algo habrás hecho… no supiste encajarlo… hay que fiarse más de Dios y ofrecerlo (¡ofrecerlo! ¿hay algo peor que esto?)… todos sufrimos alguna vez… las cosas se cambian desde dentro… no sería para tanto, mujer… los niños tienen que espabilar…”.
Y aun así algunos (adultos, menores o sus familias) piden ayuda, denuncian, escriben, cuenta lo que les está pasando… Y comienza otra fase: “¡Qué escándalo, qué vergüenza!, ¿cómo es posible? ¡Algo habrá hecho ella!, ¡se veía venir!, ¡pues que se vaya a otro sitio si este no le gusta!… Si no le llevaran así vestido… Si no fueran tan raros…”. Nadie hizo nada.
Nadie sale indemne de un abuso. Nadie. Un niño o un adulto. Recomenzarás porque elegiste vivir. Puede que, con el tiempo, seas más feliz y más fuerte. Más humano. Pero herido. Ya para siempre con una señal sobre el hombro o el cuello, discretamente oculta; una pequeña herida cicatrizando que te recuerda de dónde vienes y a dónde no quieres volver nunca más. Nadie vio nada. Nadie sale indemne de un abuso, pero si sales, sales mejor, sin duda. También tengo rostros y nombres al decir esto. Dios nos ha querido crear capaces: capaces de Él, capaces de amar, capaces de vivir. Y aunque llevar dentro esta capacidad de crecimiento, esta inercia natural a la salud no minimiza el dolor de haber sido invisibilizado (peor que el abuso o el acoso en sí), al menos te recuerda que ninguna violencia se justifica. Seas como seas, hayas hecho lo que hayas hecho. Nunca.
Una sociedad de adultos (y una Iglesia) donde normalizamos el abuso de poder, el maltrato y los grupos de presión cuando alguien no encaja en “lo nuestro” no nace de la nada. Parece que avanzamos en derechos y a la vez crece la violencia y se impone como la forma natural y legítima de conseguir lo que quiero cuando quiero: ¿Quiero sexo contigo y tú no? Violencia. ¿Me molesta tu cara o tu modo de vestir? Violencia. ¿Siento como una amenaza tu modo de pensar y de gestionar la vida? Violencia.
¿Te preguntas por qué escribo hoy esto? Para que, ojalá, nunca más un niño de 12 años escriba un poema titulado: “Nadie vio nada”. Para que, ojalá, nunca más un adulto sienta cómo se le parte la vida por dentro. Para que, ojalá, nunca más vivamos inmunizados, insensibles ante el dolor ajeno por pequeño que parezca. Porque, seguramente, esa insensibilidad es el camino más corto para dejar también de ser humanos.
NADIE VIO NADA
(poema de P. J. L. A., cedido a la AEPAE en las I Jornadas nacionales para la prevención del acoso escolar)
Me han dado patadas, collejas,
Empujones y hasta una bofetada.
Primera hora de clase
No estaba la seño
Los compañeros callan
Nadie vio nada.
Mis padres se quejaron,
Lloré mucho, es muy injusto,
No quiero ir al colegio
Qué mal me siento.
Ahora dicen que me lo invento,
Que soy un mentiroso.
Nadie vio nada.
Que solo vale lo que dicen los otros,
Lo que yo digo no vale nada.
Esto pasa en mi colegio:
Insultos, patadas, collejas, empujones, bofetadas.
Me dicen pelo-mierda, sucio, no te bañas,
Pobre, vete a tu ciudad,
Tu padre es un yonki,
Se lo cuento a la seño
Ella me dice: “no veo que te hagan nada”
Nadie vio nada.
Tengo doce años,
Estoy cansado, triste,
Desilusionado,
Pensaba que en la escuela
Estaba la verdad, los amigos
¡oh, qué mal lo estoy pasando!
Hoy he llorado mucho,
Uno dijo después de pegarme:
“ve, cuéntale a tu padre”.
Otro: “te pego porque me da la gana”.
Nadie vio nada.
(…)
Hoy he llorado mucho,
Me cuesta tener esperanzas
Solo puedo contar sobre
La violencia en mi aula.
Nadie, nadie, nadie,
Nadie vio nada.