VIERNES
Consejo editorial de ‘Vida Nueva’. En la Universidad Pontificia de Salamanca. Con el rector al frente. Comparte con el personal un episodio que vivió antes de que el secularismo se colara por las piedras de Villamayor. Siendo párroco de Cuzcurrita de Río Tirón, en La Rioja, el monaguillo le regaló una provocación: “Don Santiago, si la gente deja de venir a misa, se quedará sin trabajo”. La respuesta del sacerdote: “Todo lo contrario, tendré más, porque tendré que ir a buscar a la gente para que venga”. Ser o no ser Iglesia en salida.
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SÁBADO
Me topo con una carta pastoral que aspira a ser leída, asumida, integrada y aplicada por el Pueblo de Dios que es más difícil de colocar que un disco de segunda mano de Melody.
LUNES
La ‘Civiltà Cattolica’ publica los encuentros del Papa con los jesuitas en su gira por Asia y Oceanía. Deja titulares varios. Más allá de lo noticiable, me atrapa una reflexión que tiene más que ver con los quehaceres eclesiales entre bambalinas. “Escuchen bien, cuando algunos de ustedes sean superiores: ¡con el discernimiento no se juega! Hay que escuchar al Espíritu. Es algo serio. Y la verdad siempre debe decirse cara a cara. ¿Entendido?”. Estas aportaciones de viva voz no se consideran oficialmente magisterio pontificio, pero –como dice mi madre– tiene más razón que un santo.
MIÉRCOLES
Celada me hace llegar la biografía de José María Cirarda, el obispo de Santander que llegó al lugar en plena resaca de las supuestas apariciones de Garabandal. ‘Recuerdos y memorias’ (PPC). Desvela su conversación de tú a tú con Montini a costa de una foto en la que el Papa aparecía con una de las videntes. El pie de foto decía: “Pablo VI bendice a Conchita”. Fue el punto de partida en aquel entonces para que los ‘garabandalistas’ enfrentaran las reticencias de Cirarda a un aparente apoyo pontificio.
“No conozco a Conchita. No he estado nunca. Estoy informado del tema de Garabandal por la Congregación del Santo Oficio y estoy totalmente de acuerdo con cuanto ella ha determinado. Usted conoce bien su posición clara y terminante”, le dijo sin titubear el sucesor de Pedro. El obispo Cirarda elaboró a partir de ahí una carta con el aval romano. “Está terminantemente prohibida toda manifestación de piedad que se fundamente en las supuestas apariciones”. Lo dejó visto para sentencia. Parece ser que alguien no le ha leído. Ni escuchado.