Podemos tomar como referencia algunas frases del papa Francisco o declaraciones episcopales, comentarios de sacerdotes o laicos, religiosos o religiosas; se puede recurrir también a los medios de comunicación eclesiales en donde abundan las quejas, las acusaciones y las advertencias; y luego de hacer esa recorrida, descubrir que en nuestra querida Iglesia nadie está satisfecho. ¿Qué está ocurriendo en nuestros días si desde el Papa hasta el último de los cristianos está disconforme con la Iglesia tal como está?
¿Se trata de una generalizada crisis de fe que alcanza hasta a los pastores? ¿Los mismos cristianos han perdido la confianza en esta institución dos veces milenaria? ¿No es acaso la Iglesia la “esposa inmaculada de Cristo”, “el sacramento de la salvación”, el “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (L.G. 1)? Sí, la Iglesia es así como la presenta la doctrina católica y, quienes tantas veces la sufren y critican creen todo eso, y no solo están verdaderamente convencidos acerca de esas verdades, sino que, además, sufren al ver día a día el rostro concreto de la Iglesia en nuestro tiempo.
Quizás una imagen nos pueda servir para expresar lo que ocurre. Podemos imaginar a un esposo que ama profundamente a su esposa y que está junto a ella que yace en el lecho de un hospital. No hay dudas acerca de ese amor; al contrario, verla postrada aumenta la fuerza de sus sentimientos, pero mientras sostiene su mano, junto a su cama, se acumulan en su interior muchas sensaciones. Lamenta verla así, pero eso no significa que no la ame y que haya disminuido en él la felicidad de estar a su lado. Cree en su esposa, confía en ella, la ayuda de la manera que puede y, sobre todo, está junto a ella acompañándola y atento a sus necesidades.
Se estremece de dolor…
Las muchas preocupaciones que, por momentos, nos entristecen y angustian cuando miramos el rostro de la Iglesia, no indican necesariamente falta de fe ni debilitamiento en los compromisos y los esfuerzos. Desde el Papa hacia abajo (o hacia arriba, si utilizamos la imagen de la pirámide invertida que propone Francisco), en toda la Iglesia se escuchan voces de preocupación y algunos desconciertos. No se duda de la Esposa, pero no se comprenden muchos fenómenos que están a la vista. Como ese esposo de la comparación que utilizamos hace un momento, todos en la Iglesia queremos verla de pie y habiendo ya superado los momentos que está atravesando. La fe y el amor no impulsan a disimular lo que ocurre sino, por el contrario, impulsan a reforzar la atención y los cuidados.
Vivimos en el mundo y en la Iglesia tiempos turbulentos. Las preocupaciones e inquietudes son legítimas y no se solucionan con frases piadosas aunque sean verdaderas. “Hay que rezar mucho”, “hay que tener confianza”, “Dios nunca nos abandona”. Sí, todo eso es así, pero también es legítima la preocupación y el temor del momento. Nuestra fe es una fe encarnada en la historia y en la vida concreta y no se solucionan los problemas huyendo de ellos, también hay que saber vivirlos para superarlos.
Podemos observar más de cerca a ese esposo enamorado junto al lecho de su amada. Si miramos atentamente, descubriremos que sus manos se sujetan con mucha fuerza y podemos adivinar las sensaciones que se amontonan en sus rostros. Y si miramos aún mejor a esa esposa que se estremece de dolor, podemos descubrir que no está enferma, está pariendo, está dando a luz una nueva vida.