Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Navidad 2020, ¿qué celebramos?


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Me hizo mucha gracia escuchar a un periodista sueco cómo percibía nuestro modo de vivir en España el contacto personal y físico. Él planteaba que era muy distinto a cómo lo hacían ellos y, para ilustrarlo, contaba algo que decían en su país. Ahí bromeaban diciendo que “estaban deseando que terminara la pandemia para poder abandonar la distancia de dos metros entre las personas y recuperar la de seis metros que tenían antes”. Es un hecho que nosotros tendemos más al contacto que en los países del norte de Europa, pero es porque el afecto requiere cercanía y contacto humano.



Experiencia de amor

Estamos tan acostumbrados a celebrar la Navidad que a veces perdemos de vista lo que celebramos. Resulta escandaloso que un Dios todopoderoso se encarne en la fragilidad de un bebé. Nada a nivel racional puede justificar semejante salto y abajamiento. Es una verdadera locura ese vaciarse de sí que reconocían en Jesucristo los primeros cristianos y que Pablo recoge en la carta a los creyentes de Filipos (cf. Flp 2,6-8). Lo único que nos permite intuir lo que está en juego en Navidad es nuestra propia experiencia del amor. Para amar hay que estar cerca. Por eso no hay mayor expresión del amor divino que lo que celebramos en estos días.

Belen Bansky Muro Cisjordania

Probablemente una de las cosas que más nos está costando en este tiempo de pandemia es mantenernos alejados de las personas a las que queremos, así como evitar los abrazos y los besos. El amor nos hace vulnerables, frágiles y limitados ante las personas que nos importan, porque ante ellas nos despojamos toda protección y de cualquier armadura que nos mantiene seguros y protegidos. Festejar la Navidad tiene mucho que ver con presentarnos amorosamente débiles y próximos a los demás, pues nada más vulnerable que un bebé como el de Belén. Sí, es verdad que esta Navidad no será como otras, pero este año, que hemos experimentado la fragilidad y hemos añorado la cercanía y el contacto, puede que entendamos mucho mejor lo que celebramos y renovemos nuestro asombro ante un Dios que se acerca así. ¡Feliz Navidad!