La pandemia, que pareciera ya instalada de manera permanente en nuestras vidas, trae, además de experiencias terribles en muchos casos, una sensación de miedo que lleva al inmovilismo, a la pasividad. Al mismo tiempo, se genera una actitud de irresponsabilidad personal, al esperar que sea solo alguna instancia ajena -Dios, la providencia, las vacunas, una píldora salvadora, etc.- quien resuelva el problema, sin nuestro necesario cuidado y aporte.
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Este nuevo fenómeno ha cambiado algunas de nuestras costumbres, y no son pocas las personas que en estos tiempos de fiestas han renunciado a ellas, prefiriendo permanecer en la tranquilidad del hogar. Y si la Navidad que acabamos de celebrar es un claro ejemplo de cómo la contingencia sanitaria ha impactado en ella, también nos invita a recuperar su contenido original, que no se identifica ni con el inmovilismo ni con la pasividad.
En efecto. Si algo caracteriza al evento navideño es, precisamente, su dinamismo. Atendamos a los protagonistas que participan en los relatos sobre el nacimiento del Niño Dios, de los evangelistas Mateo y Lucas: encontraremos que todos ellos deben ponerse en movimiento para encontrarse con el Salvador. Veamos.
Personajes humanos y pobres, como los pastorcillos, tienen que dejar sus campos para conocer a Jesús. También los ricos y sabios, como los Reyes Magos, deben viajar largas jornadas para llegar hasta el pesebre de Belén. Seres como los ángeles igualmente destacan por su actividad: son ellos los que comunican la noticia a los pastorcillos y los que encabezan los primeros cantos de alabanza al recién nacido. El cosmos entero no se queda atrás en la movilización, simbolizado en la estrella que conduce a los magos venidos de oriente. Inclusive José y María aparecen también trasladándose, desde Nazareth de Galilea hasta Belén de Judea, para cumplir con la obligación del empadronamiento.
Todo el relato, entonces, está lleno de movimiento, de dinamismo y no hay participante en él que permanezca inmóvil. Contrasta esta imagen con la ofrecida por muchos de nuestros tradicionales nacimientos, en los que las figuras aparecen completamente quietas. El contenido dinámico de la Navidad, entonces, debe cuestionar nuestra actitud de estos días. No se trata de esperar la llegada del Niño Dios sino de salir a su encuentro.
No es posible, también, seguir suponiendo que el recién llegado va a corregir los problemas de la sociedad sin nuestra participación. Ya basta de cargarle la responsabilidad de las soluciones a Quien nos pide nuestra colaboración para construir su Reino.
Que esta Navidad haya sido una oportunidad para movernos y participar. Ojalá.
Pro-vocación
¿Qué decimos cuando decimos ‘Feliz Navidad’? Algo así como… te deseo que seas muy feliz en este día -y siempre- porque Dios viene a nuestros corazones y a nuestra sociedad. Pudiendo permanecer en lo alto de los cielos, quiso hacerse como uno de nosotros. Ese Niño se convirtió en el gran promotor del Reino de su Padre: un reino de verdad, paz, justicia y amor. Te felicito porque quieres ser su seguidor, porque asumes su causa, porque quieres un mundo mejor para todos, porque eres capaz de dar y no sólo de recibir. Por eso: ¡Feliz Navidad!