Si la Navidad genera reductos, y se hace posible y accesible a unos pocos, entonces esa navidad no me interesa. Si es enfrentamiento y discusión, no quiero que me alcance. Si cultiva el rencor y la diferencia, paso de ella. Si no derrumba estrecheces, si no invita a un amor radical de entrega, si no se hace carne en la sorpresa de las sorpresas, entonces nada. Si no es para todos, ¿para quién es?
No hay que defender la Navidad. Más bien toca vivirla lo más plenamente que se pueda, con nuestras debilidades y limitaciones. No conviene perder de vista la fragilidad al entrar en el misterio y adentrarse en lo divino. Así es como los cristianos estamos estos días, de manos de la humanidad de Jesús, de María, de José, de los pastores y de los magos de Oriente. También de Herodes, del posadero, de los soldados.
No es la navidad esperada, sino la Navidad que somos incapaces de anticipar. No se trata, por tanto, de explicar lo que sucede en Navidad sino de permitir que acontezca, abrir de tal modo la vida al Misterio que nos asemejemos más a María que al miedo terrorífico de Herodes. Me pregunto, para mí mismo, cómo puedo decir que celebrar estos días de Navidad pueda ser algo auténtico en mi vida, más allá de hacer ciertas cosas y dejarse pisar por lo estipulado, por lo prediseñado en el ámbito comercial o en el ámbito de “lo religioso”.
¿De dónde viene la alegría?
Ojalá, y lo digo muy sinceramente, todos prestásemos mucha atención y profundizásemos en lo que vivimos estos días. Que reconociéramos de dónde nos viene la alegría, la paz, la novedad. Si es de los regalos o es de la vida misma, si se trata de entregarse más y más a las costumbres y cumplir con tradiciones o permitir estos días que alguien nos quiera con familiaridad, tal y como somos. Si festejamos los regalos o que haya alguien que se acuerde de nosotros y permanezca ahí, en nuestra historia, con los años. Si lo que sucede en nosotros es que la vida se dilata y es capaz de preguntarse más allá de sí misma por el Dios Vivo y Verdadero, o pasan estas fechas para volver una vez más a la rutina de cada día, incluso con el desahogo de volver a la normalidad de la cueva.
La Navidad no agota el Misterio del Dios que se encarna. Sigue adelante como primer paso absolutamente radical, casi brutal. Dios habita entre nosotros. La Navidad se notará en el cristiano no especialmente en estos días de ruido y costumbres, sino más allá de ella. ¿Quiénes sonreirán cuando todo esto pase, una vez más? ¿En quiénes dejará poso y dirán yo he vivido algo especial que quiero contarte? ¿En quiénes se notará la presencia del Dios que acampa humildemente entre nosotros?