Durante mi estancia en Roma, para obtener el doctorado en filosofía, tuve de compañero a un padre africano, que no sólo realizó en la capital italiana todos sus estudios previos, sino que había incursionado en otras facultades y tomado cursos de disciplinas tan variadas como teología moral y dogmática, Biblia, derecho canónico, historia de la Iglesia e iconografía sagrada.
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Llevaba 15 años en la ciudad eterna y no se le notaba mucha prisa por regresar a su aldea. Después supe que se avecindó de manera definitiva en Italia, en una parroquia al Norte, y logró traerse de su país a casi toda la familia, consiguiéndole trabajo y mejores condiciones de vida de las que tenían en su pueblo natal.
Hasta aquí estaríamos hablando de un estudiante inquieto, deseoso de incrementar sus conocimientos en diversas áreas, y de un hijo, hermano, tío y primo preocupado por el bienestar de su parentela.
El problema es que poco a poco, de manera casi imperceptible, y mientras más se empapaba de la cultura europea, fue olvidando su pasado, despreciando sus orígenes y, como decimos en México, ‘negando la cruz de su parroquia’.
Algo semejante le está pasando al cardenal Robert Sarah, uno de los más conocidos enemigos del papa Francisco, quien ha cuestionado las misas “demasiado africanas”, calificándolas de banales y ruidosas.
En efecto. El antiguo Prefecto del Culto Divino ha arremetido contra las liturgias muy ruidosas y africanas. Invita a que en las misas se baile y aplauda menos, y que los movimientos corporales, siempre acompasados al son de la música, sean sustituidos por el respetuoso silencio de las eucaristías occidentales.
Si estas indicaciones las diera un profesor de liturgia europeo, obsesionado por el puntual respeto de las rúbricas, y enemigo de la mínima improvisación, lo entenderíamos con facilidad. Esos expertos confunden la lentitud con la solemnidad, y apuestan por el cumplimiento irrestricto de las normas, en detrimento de la creatividad ritual.
Pero lo dice un clérigo nacido en Guinea-Conakri, que cursó sus estudios seminarísticos en Costa de Marfil y Senegal. Fue incluso arzobispo de Conakri, hasta que lo llamó a Roma Juan Pablo II, y lo convirtió en secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en 2001… y ahí se quedó.
Uno imaginaría que un personaje con esa trayectoria, de origen africano y, por lo mismo, lejano a la religiosidad primermundista, incorporaría muchos de sus ritos locales para construir una liturgia más adaptada a las diversas culturas, con un mayor dinamismo e innovación gestual, menos acartonada y rígida. Pero no. El cardenal Sarah se la pasa, traicionando sus raíces y … ‘negando la cruz de su parroquia’.
Pro-vocación
Interesante la propuesta del teólogo alemán Andreas Batlogg, quien sugiere cambiar el nombre de Inmaculada Concepción -cuya fiesta celebramos el pasado viernes- porque demoniza la sexualidad, por el de “La elección de María”, que enfatiza la libre opción de la Virgen, riesgosa, al aceptar el anuncio del ángel, enfrentando todas las consecuencias que ello implicaba. Veremos.