San Pablo habla en su segunda cara a los Corintios del enigma que supone la vida de los cristianos para los que desde fuera nos ven de un modo que en realidad es todo lo contrario. Él lo explica con palabras bien hermosas, dice que somos «como impostores que dicen la verdad, desconocidos siendo conocidos de sobra, moribundos que sin embargo vivimos, sentenciados nunca ajusticiados, como afligidos pero siempre alegres, como pobres pero que enriquecen a muchos, como necesitados pero poseyéndolo todo» (2 Cor. 6, 8-10). Es ese enigma que hace que la vida cristiana sea sal y luz, pero que se pierde cuando esa sal se vuelve sosa y esa luz deja de brillar.
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De entre todas las expresiones que usa san Pablo en esa cita, la de los «pobres que enriquecen a muchos» se puede aplicar de modo impresionante -entre otro muchos- a una mujer que hoy quiero recordar pues su testimonio de vida nos puede refrescar el espíritu, a modo de suave brisa, en estos tiempos de calores veraniegos.
Camino hacia la libertad
Nhá Chica, es decir, Tía Francisca: así la conocían en Brasil en vida y así la conocen todavía, la «Madre de los pobres» de Baependi, Minas Gerais, es la primera mujer de color que ha llegado a los altares en Brasil. Descendiente lejana de los esclavos africanos que llegaron a Brasil a partir del siglo XVI, toda su vida se presenta como un camino hacia la libertad: crece sin apellido, no tiene derecho a él, porque es hija natural de una esclava y su padre era tal vez el amo de la granja donde trabajaba su madre; totalmente analfabeta, sólo aprendió una cosa de su madre: el rosario; pobre durante buena parte de su vida, cuando le llega una fortuna heredada, decide seguir siendo pobre y dar su dinero a los más necesitados e incluso -el dinero era mucho- construir una iglesia dedicada a la Virgen.
Nació en Porteira dos Vilellas, una granja de Santo Antônio do Rio das Mortes, una pequeña ciudad de Minas Gerais, a seis leguas de São João Del-Rei., hija de Isabel María, una esclava soltera cuya familia era originaria de Angola, y de padre desconocido que como hemos dicho pudo ser el amo de la fazenda donde servía su madre u otro hacendado, porque Nhá Chica era mulata. No se sabe con exactitud cuándo nació, pero se estima que fue a principios de 1810. El primer registro histórico de su vida data del 24 de abril de 1810, cuando fue bautizada y recibió el nombre de San Francisco de Paula, santo del sur de Italia muy popular en aquella zona de Brasil. Sin embargo, registros civiles suyos no existen hasta el final de su vida, esto es el certificado de defunción.
Servir mejor a Dios
Liberada su madre de la esclavitud, se trasladó a la ciudad de Baependi con Francisca y su hermano Theotônio, nacido de otra relación anterior, el padre debió ser otro hacendado que en este caso por lo menos cedió el apellido a su hijo -Pereira do Amaral- cosa que no ocurrió con Francisca. Quedaron huérfanos cuando ella era no era todavía adolescente y su hermano algo mayor, por el prematuro fallecimiento de la madre. Al parecer, antes de morir, Isabel María recomendó a su hija que “permaneciera soltera para servir mejor a Dios y a su fe”, según lo que años después Nhá Chica contó a un médico amigo suyo. De hecho ella, por voluntad propia, nunca se casó.
Francisca y su hermano, solos y sin recursos, crecieron pidiendo limosna a la buena gente del pueblo, hasta que el hermano se pudo poner a trabajar y abrirse camino en la vida. Llegó a hacer carrera militar y política y fue miembro de la Guardia Nacional, amasando una pequeña fortuna y comprando una casa señorial.
Completamente analfabeta
Francisca, por el contrario, vivió una vida mucho más modesta en la casa de su madre y ayudada económicamente por su hermano. Era completamente analfabeta, sólo recibió de su madre el amor a la oración, junto con la recomendación de llevar una vida retirada para dedicarse mejor a la oración y a la caridad, un compromiso al que permanecerá fiel toda su vida, a pesar de las numerosas propuestas de matrimonio que recibe. Porque no pasaba desapercibida: hermosa y esbelta, fue pretendida por muchos de sus contemporáneos, que eran puntualmente rechazados, aunque de buena manera.
Sin tener nada claro lo que Dios y los demás querían de ella, comenzó sencillamente a organizar reuniones diarias de oración en su casa: era la única manera que tenía de hacerse cargo de las necesidades espirituales de su pueblo. Espontáneamente comenzaron a llegar personas, solas o en pequeños grupos, para derramar sus problemas entre esas cuatro paredes. Ella, que sin duda había recibido un gran don de consejo, tenía siempre una palbra para todos. Llegó a conocer bien la Palabra de Dios, que no podía leer pero siempre encontraba a alguien que se la leyese, de modo que llegó a memorizar muchas partes de la Biblia. La fuentes de su tiempo la describen como una mujer muy inteligente.
Entre el cielo y la tierra
En busca de consejos, sugerencias, palabras de consuelo, curaciones físicas o espirituales, se le presentan personas humildes y de alto rango, profesionales y hasta funcionarios imperiales, jóvenes y ancianos: a cada uno Francisca transmitía un mensaje espiritual y una invitación a confiar en María. Lejos de hacerse pasar ella por profetisa, con la humildad de quien sabe que no es más que un canal de acercamiento entre el cielo y la tierra, casi escudándose en su simple papel de intermediaria, en virtud del cual repetía incesantemente: “Yo repto lo que la Virgen me sugiere y nada más”.
El hermano Theotônio, que aunque había estado casado falleció en 1862 sin herederos, dejó en su testamento toda su fortuna a Nhá Chica, incluyendo la casa donde vivían y todas las tierras que la rodeaban. Ella aceptó la herencia pero nunca hizo uso de ella para uso proprio, renunció a hacerlo en favor de los más necesitados. Con el dinero heredado, paralelamente a su ministerio de consejo y consuelo, Francisca pudo desempeñar también un papel de caridad concreta, organizando una comida semanal para los pobres y dando generosamente a quien llamase a su puerta para pedir ayuda, y así poco a poco fue conocida popularmente como la «madre de los pobres» de Baependi.
Cumplir un deseo
Lo había hecho desde la juventud con lo poco que tenía pero ahora supo aprovechar bien la oportunidad que le dio dicha herencia para organizar bien sus obras de caridad y asistencia, para multiplicar sus limosnas, para satisfacer necesidades más diversas. Y con parte de ese dinero consiguió también cumplir un deseo que, llevaba en el corazón desde hacía tanto tiempo y que ahora por fin podía realizar: construir una capilla dedicada a la Inmaculada Concepción, que se concluyó en 1877. Con aportaciones de benefactores la decoró y hasta compró un armonio en Río de Janeiro, lo hizo transportar por medio de tren hasta Barra do Piral y desde allí hasta la capilla con un carro de bueyes.
Sin embargo al concluir la construcción, en cuanto pudo, se despojó de todo, dejando a la parroquia heredera de todos sus bienes y volviendo a ser tan pobre como siempre, sin dejar de enriquecer espiritualmente a muchos. Después de su muerte, en 1954, la capilla que hizo construir Nhá Chica fue confiada a la congregación de las Hermanas Franciscanas del Señor. Desde entonces, junto a la iglesia se ha creado un centro dedicado a ella de asistencia social para niños necesitados, mantenido por benefactores.
Por un pañuelo
La gente que la conoció al final de su vida la describió como una anciana arrugada, oscura, ya bastante encogida, que vestía sencillamente, con la cabeza siempre cubierta por un pañuelo. A pesar de recibir la cuantiosa herencia de su hermano, siempre vivió como si fuera pobre, leemos en su biografía que los miércoles no recibía a gente porque era el día en que lavaba su ropa y, no teniendo recambio, ese día se vestía de saco. No era tacañería, ya que a esta altura de la vida no le faltaba el dinero, sino que todo lo ponía a disposición de los más necesitados, también los donativos que le llegaban. Leemos además que su presencia transmitía una serenidad que daba a todos confianza para acudir a ella, a la vez que tenía un carácter decidido. Amante de la eucaristía y de la Virgen, con el paso de los años su vida se iba sumergiendo cada vez más en la oración, siempre que las visitas se lo permitían.
Nhá Chica fue testigo durante su larga vida de grandes cambios -algunos muy radicales- en la vida de Brasil: la independencia del país en 1822, cuando era una niña, la revolución liberal, la caída de la monarquía imperial y la proclamación de la república en 1889, casi al final de su vida; pero sobre todo, más importante por su trayectoria vital, en 1888 pudo ver la abolición de la esclavitud, uno de los últimos países occidentales en hacerlo.
Último homenaje
En la vejez, era ayudada por amigos y vecinos, el flujo de visitantes no cesó hasta el final. Murió el 14 de junio de 1895 a causa de una anemia generalizada provocada por afecciones gástricas, a una edad que no está clara, pues el certificado parroquial le atribuye 85 años mientras el certificado civil de defunción le atribuye 90. Sea como sea, fue enterrada en la misma capilla que había construido, pero solamente cuatro días después de la muerte, pues no paraba el afluir de gente de Baependi y otros lugares que quería rendir un último homenaje a su féretro antes del entierro.
Aunque su fama de santidad no se apagó con el tiempo -los registros dicen que entre los años 1991 y 1998 hubo más de 2.200 grupos en peregrinación a su tumba- su proceso de beatificación comenzó casi 100 años después; no es de extrañar que pasase tanto tiempo pues cuando ella murió no eran fáciles este tipo de procesos, siendo ella una laica que no había fundado nada y que no tenía alguna institución conocida que la apoyase. Sin embargo, en su proceso llegó a testificar una mujer que la había conocido personalmente y que en el momento de hacer su declaración tenía 123 años, la recordaba perfectamente, emocionada. Una vez comenzada, la causa fue rápida y alcanzó en 2011 el reconocimiento de las virtudes heroicas por parte de Benedicto XVI.
Dos años después, el 4 de mayo de 2013, Nhá Chica fue beatificada en Baependi, ante unos 50.000 fieles. Al día siguiente, el Papa Francisco dijo durante el Regina Coeli en la Plaza de San Pedro: “Ayer, en Brasil, fue proclamada beata Francisca de Paula De Jesús, conocida como Nhá Chica. Su vida sencilla estuvo enteramente dedicada a Dios y a la caridad, tanto que fue llamada ‘madre de los pobres’. Me uno a la alegría de la Iglesia en Brasil por esta luminosa discípula del Señor”.