MIÉRCOLES
Estreno del documental sobre Mariana Allsopp. Fundadora de las trinitarias. Venerable desde hace un año. Alguien le concede otro título: ‘influencer’. Sin Facebook ni TikTok. Pero, como otras tantas emprendedoras eclesiales, fue capaz de tejer unas redes que cotizaban no por hacerse con más likes, sino por su capacidad para transformar vidas. Y mundos. Faro en la oscuridad de la prostitución. Ahí una influencer sí se la juega, con el ‘selfi’ de la explotación, que no sabe de filtros para tapar los moratones internos y externos.
VIERNES
Cuando se aburre, apunta en esta dirección con el estilete. A sabiendas de que goza hasta de inmunidad diplomática por regalar los oídos. Yo me remito a la catedrática de antropología periférica y decana de la facultad de filosofía a ras de suelo de Paracuellos. A la que aprecio y reconozco una sabiduría popular que ya quisieran para sí los que acumulan citas de apellidos que parecen dar caché, pero traídas solo para forzar argumentarios de difícil sostenibilidad ecológica. El Pueblo tiene olfato. Lo dice el Papa. Lo dicho, que yo me encomiendo a ella: “¡Ni que yo fuera Bin Laden!”.
MARTES
Camino de Sevilla. Me escapo a tomar algo a la cafetería del AVE. De vuelta la veo. Menudita. Con su melena recogida y completamente empolvada. Pasando desapercibida. Como una más. Es el arte camuflado en una butaca de pasillo en fila par. Cristina Hoyos. El flamenco en esencia. Tentado de romper su anonimato solo para darle las gracias por rubricar con el arpegio de sus dedos y los giros de sus manos la alegría, el llanto, el cabreo y la fuerza. Pero me alejo para respetar su quietud. Tan merecida como el aplauso.
Aula magna de la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla. Presentación del libro póstumo del cardenal Amigo. El hermano Pablo sella su intervención con sorpresa. Un audio de don Carlos. Declamando como él sabe. Recreándose en la onda de cada sílaba para que su sonoridad se cuele en lo más profundo. Como el flamenco.