En medio de tanta muerte, la destrucción masiva y el sentimiento de abandono, quizás lo más importante que debe transmitir la Iglesia es esperanza en cada palabra que dice, cada bolsa que reparte, cada consuelo que da. La mortal DANA que ha asolado el sureste de España ha puesto a decenas de miles de personas en una situación de pura lucha por la supervivencia con gran escasez de comida, abrigo, medicinas… Asombroso en Europa, pero es la vida diaria de millones de personas que viven en la imprevisión en el mundo.
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El sentimiento que domina nuestro tiempo es el abandono: abandono económico, político y cultural. Y eso se ha usado como combustible para las políticas del odio. Se ha extendido por todo el planeta una intensa dinámica de odio político que solamente conduce a la tiranía, nunca purifica ni libera de nada; solo tiene capacidad destructiva y es usado por fuertes intereses a su favor.
En medio del fango del odio y la miseria, la Iglesia es quien más puede llamar a la esperanza por su sabiduría milenaria, que ha atravesado guerras, tiranías y destrucciones de todo tipo en las cuales, a veces, lamentablemente, incluso ha participado. En su propio cuerpo de Iglesia lleva las heridas del pecado cicatrizado y perdonado, el mal que ha penetrado en ella y ha sido, está siendo, superado, a sabiendas de la vulnerabilidad de lo humano.
Reconciliación
La Iglesia ha aprendido de todo ello a lo largo de los siglos. Tanta muerte sería en vano si esto no nos hiciera aprender en España las lecciones más duras. Debemos desterrar la política del odio, consagrar la cooperación y la unidad en el país, y es imprescindible también otra cultura fluvial que nos reconcilie con nuestros ríos.
Dolámonos, pero no podemos perder ni solo un minuto más sin dar esperanza.