Vuelvo en estos tiempos a lecturas, melodías, canciones, dibujos, recuerdos y películas que de alguna manera constituyen la reserva “resonante” desde la que contemplar los acontecimientos de la vida con cierto poso. Lo hago para que “no hagan callo las cosas en el alma ni en el cuerpo”, como bien decía el poeta León Felipe.
Y es que vuelve a ser tiempo de miedos y repliegues, de reservas e inmovilidades, de pesimismos y desconfianzas, de generalizaciones y “malos humos”. Tiempos en los que resistir erguidas y erguidas frente a todo, como no hace tanto cantábamos desde los balcones, se hace complicado.
“Debes amar la hora que nunca brilla”, canta Silvio Rodriguez, “y si no, no pretendas tocar lo cierto” .
Siempre me impresionó ese “nunca”. Ese adverbio tan rotundo que podría invitar a no persistir, y que sin embargo, moviliza el tiempo de los intentos que hay también que amar .
La adultez que conlleva ser ciudadanos
La oscuridad existe y persiste. Para muchas personas es el día a día. Negarlo es vivir en el ‘Hakuna Matata’ de ‘El rey León’ en ‘El país de nunca jamás’ de ‘Peter Pan’. En evasiones que nos repliegan y distraen de responsabilidades, empatías y solidaridades y nos desvían de la adultez que conlleva ser ciudadanas y ciudadanos.
Ver la realidad en sus coordenadas actuales, sin desfigurarla ni malinterpretarla, sin engañarnos ni evadirnos es hacer una apuesta por la lucidez. Es ser honrados con la Vida. Lo escribía el peruano Manuel Scorza en su ‘Epístola a los poetas que vendrán’:
“Tal vez mañana los poetas pregunten
por qué no celebramos la gracia de las muchachas;
tal vez mañana los poetas pregunten
por qué nuestros poemas
eran largas avenidas
por donde venía la ardiente cólera.
Yo respondo:
por todas partes oíamos el llanto,
por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras.
¿Iba a ser la Poesía
una solitaria columna de rocío?
Tenía que ser un relámpago perpetuo.
Honrar la realidad es lo que llevó a Víctor Jara a manifestar que cantaba “no por cantar ni por tener buena voz”, sino “porque la guitarra tiene sentido y razón”. Fue lo que inspiró a Horacio Guarany a componer esa canción titulada ‘Que no calle el cantor’ que inmortalizó Mercedes Sosa y que decía:
“Que no calle el cantor porque el silencio cobarde apaña la maldad que oprime
No saben los cantores de agachadas. No callarán jamás de frente al crimen”.
Conviene no olvidar, empero, que hay otras actitudes ante la realidad que nos interpela. Sobre todo cuando esta es dura y la respuesta puede eventualmente situarnos en un espacio de conflicto: una de ellas es evadirse . La otra es “salvarse”, que, podría hacerse de varias maneras: Quedarse inmóvil al borde del camino, medir el júbilo y el entusiasmo, querer con desgana, abandonar, dejando “por imposibles” a situaciones, a personas o a nosotros mismos. No apostar por los sueños, no denunciar la injusticia, ser equidistante intentando denunciar “lo justo” pero sabiendo “guardar la ropa” a tiempo para no incomodar demasiado… (algo de lo que sabe mucho la “Iglesia institución”).
Lo cuenta con maestría Mario Benedetti en su poema ‘No te salves’:
“No te quedes inmóvil al borde del camino
No congeles el júbilo. No quieras con desgana
No te salves ahora ni nunca, no te salves
No reserves del mundo solo un rincón tranquilo
No dejes caer los párpados pesados como juicios
No te quedes sin labios, no te duermas sin sueño
No te pienses sin sangre, no te juzgues sin tiempo”
En ocasiones, no falsear la realidad pasa por “no consentir” que sucedan ciertas cosas que podrían suceder o impedir que sigan sucediendo. Primo Levi, reflexiona en ‘Si esto es un hombre’ de esta manera, al afirmar:
“Nos ha quedado una facultad que debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento”.
No consentir, no salvarse, no callar son tres actitudes que, desde mi punto de vista, hay que ir cultivando para mejorar la realidad de los otros y la nuestra.