Lo siento, no he podido votar. Aunque tengo una intensa vida social y participativa desde que llegué a Madrid hace varios años, tengo mi formación y una cierta cultura y actividad política producto de mis años juveniles. Trabajo en un hogar limpiando la casa, hago la compra –por supuesto pagando el IVA correspondiente–, me divierto, asisto a espectáculos públicos (con entrada correspondiente –IVA incluido, insisto–), cuando termino el trabajo me voy a casa –lejos de mi lugar de trabajo– me reúno con mis amigos y hablamos de nuestras preocupaciones. Y más en estos días donde el patio está tan revuelto.
- Únete el jueves 20 de mayo a las V Conversaciones PPC sobre transpandemia y ecofeminismo
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Aplaudí desde la ventana en los tiempos de pandemia e incluso colaboré en el reparto de alimentos codo a codo con la gente de mi barrio. A veces he asistido a algún mitin. Pero me extrañó no recibir propaganda electoral como mis vecinos… Yo cumplo como buen ciudadano en lo que me corresponde, pagando los impuestos que debo pagar. Incluso una persona que conozco muy bien por ser como yo y trabajar en lo mismo que yo ha llegado a tener un asiento representativo de la Comunidad de Madrid. Pero me parece que la sensación que tiene es que no les dejan apenas hacer nada. Les dan un argumentario de algún partido para que lo sigan y ya está. Como de relleno. El Madrid de “mi onda” dicen que somos cerca del 20% de la población. Pero a gente como yo se les da poco peso. Me huelo que no hay representatividad real en la listas de las papeletas, más que algún verso suelto, que viene bien para la música de los partidos al uso.
El domingo fui a una misa. Un poco aburrida, la verdad; no como eran las de mi pueblo donde cantamos y participamos todos mucho –no solo el coro– y nos quedamos a la salida de la iglesia a conversar. Escuché atentamente la homilía que nos invitaba a participar activamente en la jornada electoral del día 4. Que eso era pura Doctrina Social de la Iglesia. Mencionó al papa Francisco: algo sobre la dignidad que tienen todas las personas simplemente por ser hijos de Dios. Votar es un derecho.
Por la tarde nos reunimos en familia con “la peña” de mi pueblo. Algunos juegan al fútbol en un parque. Otros conversando y añorando las costumbres de nuestro pueblo o de pueblos cercanos de donde somos varios.
Pero el martes no pude votar.
Un trabajo esencial
No sería porque mi trabajo no es esencial en Madrid. Como el de mi esposo que en varias épocas del año aprovecha para trabajar de temporero. Unas veces en Huelva y otras en el Ebro. Ni tampoco por la familia para la que trabajo. Están muy contentas conmigo. Tanto que me han dado su confianza para fiarse de mi entregándome lo más valioso que ellos tienen: sus hijos y sus padres. A los primeros los llevo todos los días al colegio, los recojo y los atiendo en casa (sus padres están mucho tiempo fuera). Y a los segundos, ya viudos, les saco a pasear.
Aun así, no debe ser muy esencial mi trabajo. Supongo. Aunque personas como yo hemos puesto en valor “nuestro esfuerzo por seguir sosteniendo la vida y los servicios antes y durante los momentos más duros de la situación sanitaria”, como leí en un manifiesto que defendía a las trabajadoras de mi ramo. Pedíamos incluso “el reconocimiento público de la sociedad y las instituciones por su labor esencial y reivindicamos la lucha por la mejora de sus condiciones laborales, ya que habitualmente –personas como yo y mi esposo– ocupan los empleos más precarios, parciales, temporales, informales y en muchas ocasiones con condiciones abusivas”.
Pero no he podido votar. Debe ser porque soy invisible. No estaba en las listas de votantes.
Luego me enteré. Soy migrante. Sé de una compatriota que tiene una hija que administrativamente no es española pese a haber nacido en España, y que cuando cumplió los 18 empezó los papeles para conseguir la nacionalidad. Y tras mas de siete años para resolver su expediente (más de 300.000) me dice con tristeza: “No hay funcionarios ni agilidad suficiente para resolverlos”.
El papel que leí (un manifiesto de Pueblos Unidos) destacando el papel fundamental de las trabajadoras del hogar y los cuidados decía: “La crisis económica no puede demorar más el acceso a condiciones dignas en el empleo, especialmente en el caso de las mujeres trabajadoras migrantes, que ven frecuentemente sus derechos vulnerados. Urge crear las condiciones legales, administrativas, políticas y económicas para garantizar la plena inclusión social y laboral, contribuyendo a construir una sociedad cohesionada y diversa”.
Puedo manifestarme. Pero no he podido votar.