Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

No negar el conflicto pero elegir la disputa


Compartir

Quizás no podemos evitar los conflictos pero sí elegir las disputas. Quiero decir que la vida está llena de conflictos, contradicciones que nos dividen, intereses enfrentados, visiones opuestas. En cada uno de nosotros mismos, también existen conflictos en torno a los cuales una parte de nosotros se inclina por un lado y otra parte por otro. Muchos conflictos nos ponen en un lugar sin nosotros haberlo elegido, no podemos evitarlos. Lo que sí podemos elegir es sobre qué es la disputa.

La disputa es el asunto concreto sobre el que se discute, la línea blanca en la que se produce el rozamiento. Jesús no evitó los conflictos, pero sí eligió las disputas. En su conflicto con el movimiento fariseo, le provocaban para que discutiera sobre el asunto que ellos le imponían: ¿Por qué tus discípulos no cumplen la tradición sino que comen pan con las manos sin lavar? (Marcos 7, 2) ¿Por qué Jesús come y bebe con publicanos y pecadores? (Marcos 2, 16) ¿Por qué tus discípulos no ayunan? (Mateo 9, 14) ¿Está permitido pagar impuestos al César o no? (Mateo 22, 17) ¿Es lícito divorciarse de la esposa? (Marcos 10, 2) ¿Cómo va a llegar el Reino de Dios? (Lucas 17, 20).

En todos los casos, Jesús evita caer en la trampa de que los fariseos impongan los términos de la disputa sino que centra la disputa en lo que de verdad estaba en juego: la ayuda al necesitado, la pureza de corazón, el dominio del poder, la exclusividad de la salvación, el control de las conciencias, etc.

Forzar la tensión pública

Es obvio que la ley del amor entra en conflicto con los intereses de muchos poderosos y la cultura dominante. Se plantean conflictos bioéticos, ecológicos, económicos, educativos, de convivencia, internacionales, de libertad religiosa, etc. En algunos casos se puede negar que exista un conflicto real sino que se están exagerando o manipulando las cosas para forzar la tensión pública, simular problemas con intereses electorales o simplemente hostigar. Pero en otros muchos casos, el conflicto es real.

Claustro de nieve

Es sano reconocer con transparencia y compasión la existencia de conflictos en nuestra vida, en la sociedad y en la Iglesia. Pero en lo que debemos tener mucho cuidado es en discernir cuál es la verdadera disputa, cuál es el centro más profundo del conflicto, qué es lo que realmente nos divide.

El poderoso no solamente aviva el conflicto sino que quiere dominar los términos de la disputa. Ahí es donde Jesús se niega a obedecer y una vez tras otra desvela cuál es realmente la disputa real. Y lo hace siempre profundizando en las causas e intenciones, señalando el problema más hondo que se juega en cada conflicto.

Seguir el camino conciliar

Veamos un caso claro. Hay intereses que se sienten perjudicados por el Concilio Vaticano II y ponen resistencias a que la Iglesia tome con profundidad ese camino. Hay intereses que se ven contradichos por la decisión eclesial para comprometerse con la sostenibilidad medioambiental, la erradicación de la explotación laboral, la justicia internacional, el fin del comercio de armas, la abolición de la pena de muerte o la superación del clericalismo.

Está demostrado que hay una red de poderosos que conspira para que la Iglesia no siga el camino conciliar ni ahonde en la Doctrina Social. No quieren perder poder, placer o dinero. Y, como el movimiento fariseo, buscan poner el centro de la disputa en los actos y palabras del papa Francisco. Quieren que la disputa sea Francisco sí o Francisco no. Pero bien sabemos que esa no es la disputa principal del conflicto sino que la disputa es el Concilio Vaticano II, es Jesús sí o Jesús solo un poco en lo que les conviene. Con compasión y paciencia, transparencia y fortaleza –incluso con humor– debemos señalar cuál es la verdadera disputa.

En nuestra propia vida, muchas cosas cambiarían si en vez de tratar de negar los conflictos, simplemente hiciéramos un ejercicio de discernimiento y descubriéramos cuál es la verdadera disputa. Al final nos daremos cuenta que la única disputa de fondo siempre es la que paraliza al Joven Rico: entregarlo todo a Jesús o no.