Las personas más cercanas a mí ya saben que durante esta semana hemos vivido una situación bien complicada y muy impactante que ha terminado con el inesperado fallecimiento de una hermana de Congregación. Este imprevisto me ha pillado mientras preparaba un curso de Navidad que utiliza para su título una frase del texto más antiguo del Nuevo Testamento: “No os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1Tes 4,13).
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Más que cifras
En estos días, que nos ha tocado vivir la experiencia de tanatorio, funeraria, cementerio y funeral, me venía a la cabeza este contexto tan extraño en el que estamos sumergidos desde hace meses. Una de las consecuencias más evidentes de la pandemia está siendo la cantidad inmensa de personas que han fallecido, porque son mucho más que cifras diarias, y de familias que tienen que resolver duelos en unas circunstancias de distancia social y cuidados sanitarios que no ayudan nada a elaborar el dolor.
Con un compañero de la Facultad comentaba hace unas semanas que esta situación estaba poniendo a prueba nuestra fe en la resurrección en la práctica. Digo “en la práctica” porque en teoría se supone entre cristianos. Y es que resulta muy distinto enfrentarse a la muerte de alguien desde la certeza de que ha sido abrazada por el Padre, desde la convicción de que nada del amor que repartió durante su vida, ni siquiera el más pequeño de los gestos, se ha perdido, sino que tiene su espacio en el corazón de Dios, desde la esperanza de que, de algún modo, nos volveremos a encontrar, o desde la fortaleza que se no regala de sabernos sostenidas por Aquel que es Señor de la vida y de la muerte.
Como decía San Pablo, sin la certeza de la resurrección vana es nuestra fe (cf. 1Cor 15,14). En Quien creemos es en el Resucitado, que vive para siempre y nos acompaña a lo largo de nuestro día a día. Ojalá el dolor de la pérdida y de la ausencia de las personas a las que quisimos no empañen estas certezas del corazón, capaces de afirmar nuestra existencia a pesar del dolor, sostener a quienes nos acompañan en el camino de la vida y “no afligirnos” como si no tuviéramos esperanza.