Si bien en el pasado muchos jóvenes se casaban con expectativas que luego chocaban con la realidad, hoy la tendencia ha cambiado drásticamente: bastantes evitan casarse debido a sus creencias sobre sí mismos, relaciones, sociedad y futuro, alejándose de la noción de matrimonio como opción vocacional para la felicidad. En la actualidad, no hace falta recurrir a estadísticas para notar que muchos jóvenes ya no desean casarse por la Iglesia (ni siquiera por lo civil) y prefieren convivir con sus parejas. Muchos adultos jóvenes ni siquiera contemplan la idea de relaciones estables, sustituyendo el matrimonio por proyectos de trabajo, viajes u otras conexiones temporales que descartan el compromiso, a Dios y a la Iglesia.
En relación con los cambios sociales más significativos, como la sociedad del rendimiento (Han, Byung-Chul) y la sociedad líquida (Bauman, Zygmunt), se han intensificado el individualismo, el materialismo, el consumismo y el éxito como modelos de felicidad válidos. A pesar de investigaciones rigurosas, como las de la Universidad de Harvard, y la experiencia personal, que demuestran que la plenitud proviene de los vínculos y la generosidad en dar, las personas siguen cayendo en la ilusión de que tener más (poder, fama, dinero, juventud, viajes) es la clave para la autorrealización, prescindiendo de la necesidad de otros y de Dios.
Sutilezas a considerar
Los jóvenes son influenciados por su época, contaminados por este enfoque, aunque hay sutilezas que merece la pena considerar. Así, también, el filósofo alemán de origen coreano nos advierte de cómo la sociedad del rendimiento en que vivimos ha amenazado con mucha fuerza momentos vitales de gran trascendencia, como es el matrimonio y en especial el rito religioso. Para la producción, la preparación matrimonial y todo el tiempo que hay que invertir en ellos, supondría una pérdida de tiempo y recursos que se podrían destinar algo “más útil y entretenido”.
Como seres relacionales y complejos que somos, las razones de lo recién descrito obedecen a muchas causas que se conjugan entre sí y que han creado “la tormenta perfecta” para espantar a los jóvenes del compromiso y del sacramento del matrimonio. Algunas de ellas son la catequesis obsoleta en el sacramento que hasta ahora reciben; una formación muy pobre en la fe a lo largo de su vida y muy alejada de una experiencia mística; la lejanía de la moral de la Iglesia con su realidad concreta; la crisis de la Iglesia propiamente tal; el modelo matrimonial de sus padres, que muchas veces es poco atractivo para replicarlo, y la merma en la calidad de los vínculos a nivel social, entre otras cosas.
Camino de vida y plenitud
Tal como lo expresaba Martin Buber, todo “yo” busca un “tú” para construir un “nosotros”. Solos no pueden; somos seres relacionales que nos construimos con otros. Y es en ese baile con los demás y con lo demás donde, con mucha paciencia, trabajo, amor y ayuda, podemos ir desplegando las “hojas” de nuestro ser para que florezca en plenitud y, de paso, permitirles a otros que hagan lo mismo, tomados de nuestras manos.
El matrimonio de a dos, como vocación particular, es una relación dada por la cultura para potenciarnos, desafiarnos, sumarnos, limar nuestros egos, crear más vida y ser un hogar seguro e incondicional para ser y hacer con libertad. Es una pertenencia que elegimos para volar, hacer nido y dejar herencia para la humanidad. Sin embargo, como en todo donde haya seres humanos, la relación matrimonial no deja de ser compleja, dinámica y sobre todo frágil.
Enemigos externos y amenazas internas
Son demasiados los enemigos externos y cada vez más las amenazas internas no resueltas en cada psique que hoy atentan contra este vínculo fundamental. Sin un cultivo consciente de una autoeducación, de la relación y sin ayuda divina, encarnada también en personas e instituciones concretas, es muy probable que triunfe el ego y la división sobre el amor maduro y la vida abundante a la que está llamado el ser humano, el matrimonio y la familia como esencia.
Quizás como muchos jóvenes constatan en las personas mayores que la experiencia matrimonial puede ser la más parecida al cielo, entendiendo por esta la comunión, la complementariedad, la reciprocidad, la donación amorosa, la alegría, la fecundidad y la paz; o lo más parecido al infierno, entendiendo por este la división, la agresión, la muerte en vida, la desconfianza, el doble estándar y la soledad. La diferencia entre uno y otro está dada por el nivel de autoeducación de cada persona para ser consciente de su ser y hacer, del tipo de comunicación con la pareja, de cómo resuelven los conflictos y de la capacidad de ir cambiando modos de relación tóxicos a tiempo.
En definitiva, hoy muchos no se casan porque…
- No quieren sufrir ni ser dañados como vieron en otras generaciones. El mundo les ofrece un camino diferente y creen que es mejor, con menos riesgos, más cómodo, libre, divertido y socialmente “popular”. No saben que el sufrimiento es parte de la vida y que solos es mucho peor.
- Quieren tener todo listo, controlado, planificado, comprado, logrado y seguro para dar un sí. Hoy más que nunca, los jóvenes están contaminados por la lógica de metas y resultados, sin comprender que jamás estarán 100% preparados, listos o con el control de sus vidas. No saben que no controlamos casi nada en la vida y que esta siempre nos sorprende.
- Porque temen al compromiso de por vida. Consideran que las personas no son 100% confiables y que pueden traicionarlas o dejar la relación frente a una dificultad. Se suma a esto la longevidad que les tienta a pensar que es “demasiado” tiempo el que deben estar juntos. Esto lo explican frente a la propia desconfianza y desconocimiento propio, por lo que tampoco se lo pueden exigir a otro. No saben que el ser humano dará su máximo si le damos el máximo.
- Sienten que serán incapaces de amar para toda la vida a la misma persona. No creen en el amor maduro porque no lo han experimentado muchas veces en sus propios hogares y viven en amores condicionados a la coincidencia de proyectos e intereses, más que a la renuncia y gratuidad por el otro. No saben qué es la gratuidad y que en el darse está la verdadera felicidad.
- Saben que la mayoría de las personas no están dispuestas a hacer el esfuerzo de trabajarse y aprender. No saben que es justamente en lo que más nos cuesta esfuerzo y dedicación, lo que más satisfacción y gozo nos da.
- Son tantas las alternativas que ofrece el mundo que no quieren perder nada ni a nadie. Es una gula existencial que inhibe la renuncia por alguien que me va a quitar la libertad. No saben que la gula enferma y que perder la libertad y la vida por amor es la mayor felicidad.
- Tienen un grado de autoconocimiento muy pobre de su propio ser, quiénes son, su misión, sus valores y convicciones. Por lo mismo, poco pueden pedir a otro u ofrecer. Hay una inmadurez en la identidad. Una adolescencia extendida que no permite asumir compromisos con seriedad. No saben que en el “conócete a ti mismo” está la clave de la sabiduría y felicidad.
- El proyecto personal es lo más relevante y eso debe regir el timón del barco. En la medida que el otro se sume, genial, pero, si van por rumbos diferentes, la pareja se rompe por la incapacidad de llegar a acuerdos de un proyecto común. No saben que el ser humano es relacional y que crece en comunidad.
- Porque cada cual se conecta a las pantallas y no se comunica de verdad. Las conversaciones auténticas y presenciales son cada vez más desafiantes y se prefiere lo virtual, por lo que hace imposible un compromiso mayor. No saben que en la conexión no está el encuentro ni la felicidad.
- Implica mucha donación y renuncia gratuita por otra persona sin tener la certeza de la reciprocidad. No saben que el amor incondicional y gratuito es el más bello y el que nos sostiene como humanidad.
- Hay una tolerancia muy baja al error, a la fragilidad del otro o la propia y a la menor frustración se rompe el vínculo. No saben que en los conflictos están las oportunidades de crecer y madurar.