La selva mediática de los abusos sexuales en la Iglesia no deja ver lo que está creciendo a la sombra del Sínodo sobre los jóvenes. Es muy difícil penetrar esa tupida red de sospechas, denuncias, informes de exnuncios e investigaciones periodísticas más o menos frustradas y frustrantes, aunque, pasado el ecuador de esta asamblea sinodal, que tantas expectativas e ilusiones ha levantado, muy poco de lo ha trascendido de sus sesiones ha tenido la suficiente enjundia como para salir a la superficie de los medios.
Si se repasa el ‘Instrumentum laboris’, si se releen las síntesis de las encuestas que las conferencias episcopales enviaron en su día a la Secretaría del Sínodo, y donde los jóvenes, como ha pedido Francisco, tienen que “sacudir a la Iglesia”, es difícilmente comprensible que nada haya trascendido aún, más allá de algunas declaraciones genéricas y frases hechas, muy bien intencionadas, sí, pero que no cambiarán la percepción que en países como el nuestro tienen de la Iglesia y de cómo se sienten en ella.
Es cierto que aún queda la “segunda vuelta”, que las sesiones son intensas, aunque la metodología haya restado, al menos al principio, agilidad a un proceso sobre el que flota mucha pasión (más fuera que dentro, pues en el aula, los jóvenes son, con las mujeres, una gran minoría), que la comisión para la redacción final ya se ha reunido para desbrozar el camino que lleve al documento final que se entregará a Bergoglio el 27 de octubre…
Pero, a estas alturas, se esperaba que una parte del debate interno hubiese salido, por los cauces informativos oficiales, al exterior, lo que hubiese mostrado el nivel del debate, si es que realmente existe, si es que realmente este Sínodo, además de para hablar sobre los jóvenes, lo es también para escucharlos.