Bolivia, San Carlos, en el departamento de Santa Cruz; una inmensa parroquia confiada a los salesianos donde trabajan un buen ramillete de congregaciones religiosas femeninas. De la buena tierra y del buen trabajo, surgen numerosas “vocaciones” a la vida religiosa. Aprovechando el tiempo de verano, el párroco convoca a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas originarios de la parroquia; cuestión de dar gracias juntos y de aprovechar para una buena jornada de animación vocacional. Son una buena treintena, de por lo menos siete congregaciones diferentes.
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Acudí en otro momento al mismo lugar para hacer la visita como provincial salesiano. Estaba prevista una reunión con las catequistas, pero por un malentendido solo aparece una. Así que charlamos de tú a tú. La catequista me dice: “Padre, ustedes, cuando hablan de vocaciones, solo piensan en los sacerdotes y religiosas. Yo soy madre de familia, tengo tres hijos y saco adelante mi familia; ustedes me ayudaron a estudiar y, gracias a eso, soy maestra, profesora de Religión y directora de una escuela pública, en la que intento formar cristianamente a los alumnos; en la parroquia, ya lo ve, soy catequista, ¡y desde hace años! Después de este largo tiempo de formación, gracias a ustedes, soy salesiana cooperadora, laica comprometida con mi pueblo y su juventud. Y digo yo: ¿yo no soy una ‘vocación’ de ustedes? ¿Por qué cuando celebran una jornada vocacional solo quieren el testimonio de los sacerdotes y religiosas?”.
Esta querida amiga tenía más razón que un santo. Este domingo vamos a celebrar la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Permítanme enunciar lo que me parece un principio fundamental de toda pastoral vocacional: “Nadie ‘tiene’ vocación… Todos somos llamados”.
Seres llamados
La vocación no es algo que se tiene o no se tiene. En lo más profundo del ser humano, está inscrita la llamada a la existencia, a la vida –y una vida humana–, al encuentro con Dios en Cristo, al servicio, al amor. Somos antropológicamente seres llamados, de los que se espera una respuesta; es decir, que somos responsables de vivir la vida en coherencia con el llamado profundo que nos habita.
La vocación no es un añadido para algunos privilegiados, sino una dimensión inherente a todo ser humano.
Recemos, pues, este domingo y siempre, para que toda persona se descubra como un ser llamado y viva su vida vocacionalmente.