Cada vez estoy más convencida de que solo hace falta estar atenta a lo que sucede alrededor para descubrir pistas y gestos que nos ayuden a vivir. Muchas veces hasta las paredes hablan y nos regalan mensajes. Eso me pasó el otro día en una calle de Granada en la que encontré una pintada que decía: “No te lo esperas si no esperas”. Quizá pueda parecer un mensaje misterioso o un juego de palabras, pero a mí me parece que oculta una gran verdad.
Cuando vivimos adormecidos en lo cotidiano y somnolientos en la rutina, no nos esperamos nada que nos saque aquello que es “esperable”, nada que nos rompa los esquemas o que nos lance fuera de lo que controlamos o sabemos. En el fondo, nos mantenemos cómodos en ese sopor vital. Pero, si se nos regala mantener el corazón alerta, nos predisponemos a acoger lo que se nos regala cada día y que, de algún modo, va rompiendo nuestras monocordes expectativas. Solo cuando esperamos podemos acoger lo que, en otras circunstancias, no alcanzaríamos a esperar.
Quizá lo del Adviento tenga que ver con esto y se trate de tener conectadas las alarmas del corazón para poder acoger la siempre inesperada venida de Jesús a nuestro día a día, porque, como decía Tagore, “Él viene, viene, viene siempre”.