No, no todos somos iguales.
Hay gente respetuosa y gente que no. Hay personas empáticas y otras centradas en su propio ombligo e interés. Hay gente humilde que no necesita sobresalir por encima de los demás y otros que se pasan la vida sospechando de cualquiera que ellos crean que les hace sombra. Hay gente de conversación afable y sugerente; hay gente con la que te aburres a la segunda frase y el silencio se hace eterno. Hay gente que está cuando las cosas van mal; hay gente que elige no estar cuando lo necesitas.
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Hay gente básicamente honesta y veraz y otra habitualmente tramposa y poco transparente. Hay gente que aporta calma cuando la situación se complica y otra que siempre encuentra algún modo de añadir tensión. Hay gente que afronta sus decisiones y otros que prefieren desaparecer con tal de no tener conversaciones difíciles. Hay gente que no necesita conocerte para sonreírte y saludarte en la calle, mientras que otros –sin conocerte– son capaces de transmitirte su más profundo desinterés y desprecio, aunque solo os crucéis en la puerta del bus.
No, no todos somos iguales.
Recordamos a quienes nos miraron con ternura y nos trataron con respeto. Recordamos a quienes nos vieron cuando para otros éramos totalmente invisibles. Recordamos a quienes nos reconocieron tal como somos e incluso vieron lo que podíamos llegar a ser. Recordamos a quienes nos dijeron la verdad; a quienes nos cuidaron; a quienes nos abrazaron; a quienes se fiaron de nosotros; a quienes apostaron antes de tener resultados.
Recordamos y honramos a quienes se equivocaron y fueron capaces de pedir perdón, a quienes nunca osaron creerse superiores al resto. Recordamos y honramos a quienes trabajaron en equipo sin apropiarse del trabajo de otros; a quienes renunciaron a manipular a los demás, aunque eso les perjudicara; a quienes defendieron a otros en voz alta sabiendo que así perderían popularidad o poder.
Todo recupera su lugar
Y como no todos somos iguales, no todos dejamos la misma huella ni recibiremos el mismo amor o reconocimiento, ni en la vida ni en la muerte. Es verdad que esto de la justicia retributiva no suele funcionar y que hay muchos “malos” que parecen exitosos y no pocos “buenos” que parecen quedarse al margen. Es verdad. Pero quiero pensar que, antes o después, todo recupera su lugar, todo se ordena. O al menos eso quiero creer. Para no perder la esperanza ni las ganas de seguir eligiendo lo bueno, lo verdadero y lo bello, aun cuando nadie te ve y nada ni nadie parece cambiar por ello.
Y me acuerdo de Cristina, que acaba de morir tras meses de una enfermedad terriblemente deteriorante; mujer, mayor, consagrada, católica. De ella no hablarán los telediarios críticos ni quienes nos desmarcamos de una Iglesia que nos escandaliza más que nos acoge, pero la pequeña capilla se quedó pequeña para honrarla. Porque fue honesta, valiente, humana. Y me acuerdo de Mariann Budde, la obispa episcopal de Washington que pidió misericordia a Trump para cuantos están en peligro mirándole a los ojos; de ella se ha hablado poco si lo comparamos con otras noticias religiosas. De ella no han hablado los de un lado para sumarse a su firme y sereno relato evangélico; pero tampoco los del otro para reconocer su valentía serena. Quizá si hubiera sido un sacerdote hubiera tenido más eco; quizá si se tratara de algún escándalo eclesial sí hubiera sido objeto de más tertulias y columnas de opinión. Y me acuerdo de Inma, joven estudiante, que se levantó en clase cuando un profesor universitario ridiculizaba a un compañero por su escaso manejo del lenguaje en medio de una lección; tampoco se hablará de ella cuando se analice la falta de profundidad de la juventud o su indiferencia egocéntrica.
En fin. No todos somos iguales. Quiero seguir eligiendo bien a quien mirar, a quien recordar, a quien honrar. Nos va la vida en ello. Al menos a mí, me va la vida en ello.