En un proceso sinodal todas las voces deben ser consideradas, pero serán valoradas siempre y cuando tengan una recta intención, siempre y cuando sean para el bien de la Iglesia y de su misión por la construcción de Reino en su sentido más amplio, incluyente y diverso.
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Muchas posturas doctas a veces encubren una posición personal interna de no comunión o de deseos de imposición ideológica, basadas en una serie de prejuicios marcados por una actitud de superioridad por ostentar una “verdad” parcial. Por ello, estamos llamados como Iglesia a entrar en actitud de genuino discernimiento sinodal, asumiendo una actitud de libertad interior y desapego, sobre todo haciendo opción por quienes han sido puestos en situaciones de descarte, y quienes buscan acogida, escucha y una respuesta concreta de estos procesos sinodales.
La invitación es a engrandecer la esperanza, la fe, la caridad y la alegría en el Señor como fruto de los procesos en los que caminamos juntos y juntas; reconociendo también lo que es propio del mal espíritu y la desolación, es decir, lo que produce oscuridad en el alma, turbación en ella, falta de sentido.
Diálogo, discernimiento y unidad
La revelación del Espíritu a través del proceso y experiencia del Concilio Vaticano II nos ayuda a caminar sinodalmente, pues nos afirma en la proclama de la buena nueva desde el Evangelio encarnado. Allí encontramos una fuerza que nos sustenta e ilumina, aunque con divergencias y disensos, pero donde lo importante radica en mantener la dinámica de comunión, de unidad en la diversidad.
Al respecto, se debe tener presente el llamado desde la propia Lumen Gentium, una de las cuatro constituciones promulgadas por el Concilio Vaticano II, que plantea la unidad en Cristo con el Papa, dicho sea de paso, de una comunión y comunicación a partir de la unidad, de la caridad y de la paz. Reconocer la presencia de estos elementos, en algunas posiciones, nos ayudará siempre a purificar la intención.
No es que haya una preocupación por la existencia de divergencias, que de hecho son necesarias y sanas, sino por la falta de la recta intención al momento de plantear posiciones particulares que no construyen el proceso mayor o se quedan atrapadas por las miradas parciales sin posibilidad de mudar en el sentido de lo que abarca más la pertenencia común en este seguimiento del Señor como Iglesia.
Por supuesto, en el discernimiento aquello que viene del Espíritu Santo es lo que conduce a más reino, plenitud, sentido de vida, paz; lo contrario, lo que viene de la autorreferencialidad, produce ruptura, confusión, inquietud. En este sentido, todo proceso Sinodal, y en concreto el actual Sínodo de la Sinodalidad, nos plantea un peligro: atar al Espíritu antes de que el discernimiento se dé, ponerle límites, querer someterlo según nuestra voluntad, anticiparlo y bloquearlo con nuestras premisas, o más bien con nuestros prejuicios-apegos, por más sabios que parezcan. Basta comprender el proceso, el sínodo y la sinodalidad son espacios para discernir, para avanzar, para escuchar la voz del pueblo de Dios y para fortalecer el camino de la Iglesia, una Iglesia siempre reformada (Semper Reformanda), en pocas palabras, siempre en camino de conversión.
La revelación de Dios. Discernir Su voluntad mientras caminamos juntos y juntas
El Sensus Fidei Fidelium del pueblo de Dios, el sentir en la fe del pueblo, debe ser identificado en los momentos de tensión, ya que es una presencia del Espíritu que subyace los caminos compartidos, y debemos desentrañar lo verdaderamente esencial que proviene del sentido en el creer del pueblo en su conjunto, no desde posiciones individuales que pretenden ostentar la voz de todo este pueblo santo fiel de Dios.
Discernir la presencia de Dios en este sentir en la fe del pueblo es una cuestión pneumatológica, es decir, desde la revelación de Dios en las diversas culturas y contextos donde el Espíritu está presente y actuante. Por tanto, el discernimiento resulta esencial, porque ningún elemento de la doctrina es inmutable, y por más sensata que sea esto, no puede prevalecer sobre la voz del Espíritu que sopla donde quiere y como quiere de modo permanente. Si permanecemos atrapados en la doctrina o en la ideología, per se, ninguno de los extremos dará cabida a la novedad en la revelación.
La clave podremos encontrarla en un genuino proceso de escucha, lo más amplio posible, con y desde el Pueblo de Dios, puesto que esta revelación de Dios va por encima de cualquier postura particular, sea del extremo que sea, por ende, ese Sensus Fidei Fidelium es la voz propia del pueblo, donde Dios se revela y, por consiguiente, enriquecerá la doctrina asumiendo cambios por el bien del Reino, cambios necesarios y, generalmente, sin rupturas abruptas para dar paso a ese vino nuevo que ha de llenar los odres nuevos.
En el camino de la Sinodalidad habrá muchas resistencias, ataques burdos y explícitos hacia cualquier propuesta de abrirnos a la conversión y al cambio; A nivel personal, aunque nos sintamos vulnerados, debemos saber que todos somos instrumentos de un bien mayor, que esto ha de pasar, y que siempre queda la esperanza en la confirmación que viene del experimentar una paz profunda en estos procesos, por más complejos que sean. Sin duda, estamos en un verdadero camino de reforma, la sinodalidad es instrumento para la reforma que nos abre a la conversión. Las posiciones de hostilidad de algunos grupos es la confirmación de que hay un camino andado, es confirmación de que avanzamos, y sin desestimar las posturas críticas, es necesario seguir adelante abriendo espacio para todas las voces, pero con la convicción de seguir en camino.
A pesar de las dificultades, se hace camino al andar
Seamos tierra propicia en esta búsqueda de sinodalidad que se construye paulatinamente, para que el misterio de Dios sea más evidente, para que la comunión produzca esa gran resiliencia, que es resistencia y subsistencia, de la vida sobre la muerte. Para que los pueblos tengan voz, y tengan posibilidad de ser y de existir.
Abracemos esta certeza en medio de la sensación de fragilidad, con las dudas cotidianas incluidas, pues todo ello nos confirma y sostiene en la esperanza sobre el porvenir de una Iglesia sinodal que no es uniforme, y que no podemos predecir, sino esperar en el Señor. No podremos anticipar los frutos concretos, claro está, porque no podemos pretender controlar todos los rumbos del Espíritu. Eso sería tan equívoco como no percibir el soplo de vida que sigue vigente y constante en este proceso y en cada una de sus etapas.
Llegó la hora de sabernos todos y todas pasajeros de una travesía compartida, con la única misión de honrar las vidas de tantos y tantas frente a nosotros, asumiendo el llamado a permanecer firmes en la conversión sinodal, pero, sobre todo, acogiendo a aquellos que habitan las periferias existenciales y materiales, quienes están expuestos a mayor vulnerabilidad en este mundo roto, y fortaleciendo a quienes caminan con ellos como garantes del camino de una Iglesia que es hospital de campaña. Esto nos permite transitar de las verdades unívocas a otras de mayor amplitud, aquellas que nos permiten alcanzar esa gran verdad en el Dios de la vida, que es Cristo y su misterio pascual.
En efecto, hay una gran urgencia de oración silenciosa y permanente, de una contemplación cada vez más intensa y profunda en estos procesos sinodales. Mientras más vamos viviendo este camino de conversión sinodal, debemos mantenernos firmes en el seguimiento de Jesús, Dios entre los hombres encarnado, para escuchar el susurro de su voz que nos invita a nunca claudicar, porque en su camino pascual, se están abriendo nuevas posibilidades para una vida, y vida en abundancia para todos y todas.
Por Mauricio López Oropeza. Director del Centro Pastoral de Redes y Acción Social del CELAM