Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Nuestra mejor versión


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Mi gusto por el cine es algo mamado en mi casa desde la infancia. Mi madre es una gran cinéfila y desde pequeñas hemos disfrutado viendo una película y meternos de este modo en lugares, historias y circunstancias distintas a las que vivimos. De hecho, no es raro qué a través del WhatsApp nos recomendemos filmes o comentemos alguno que hemos visto cada una desde donde está. Una de las películas que nos ha dado mucho juego ha sido ‘Tully’.



Su protagonista es una mujer que, al tener a su tercer hijo y por distintas circunstancias, se siente sobrepasada y desbordada por su realidad. Sin pretender hacer demasiado spoiler para quiénes no la han visto, la mujer contrata a una niñera de noche para que se encargue del bebé. Esta va influyendo positivamente en ella y ayudándola a retomar las riendas de su vida. Solo al final los espectadores descubrimos que, en realidad, esa niñera no existía, sino que era fruto de su imaginación y era ella misma de joven.

Realidades paralelas

La situación desesperada que estaba viviendo y su agotamiento físico extremo le lleva a construir una realidad paralela y su imaginación le hace creer que había alguien que le ayudaba. Lo paradójico es que esa niñera inexistente le permite contactar con las cosas importantes de su vida, recuperar un matrimonio que hacía aguas, resituarse ante una maternidad cuestionada y rescatarla a ella misma para una vida adulta digna de ser vivida. Esa ayuda, inexistente realmente, le salva de hundirse, sacando a la luz su mejor versión.

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Más allá de que se trate de una película, me da la sensación de que también nosotros necesitamos contactar con más asiduidad con nuestro yo más profundo, escuchar a nuestro corazón, dónde se esconde el tesoro de nuestra existencia (cf. Mt 6,21), y reavivar los deseos que todos tenemos de vivir “en pie”, a pesar de cualquier circunstancia.  Cuando el hastío y el cansancio van ocupando demasiado espacio, todos podemos “contratar a esa niñera” que, más que atender a un bebé, se preocupa de cuidarnos a nosotros mismos. En ese escondido centro, que no siempre visitamos con frecuencia, se agazapa Aquel que, como decía s. Agustín, es más íntimo que nuestra misma intimidad y pretende sacar nuestra mejor versión.