Se ha convertido en una tradición escribir esta reflexión cerca del árbol de Navidad junto al pesebre, un té de manzanilla endulzado con miel, nada más relajante para pensar acerca del año que inicia. Se trata de un momento donde las emociones y acciones invaden mi ser para evaluar y sobre todo, para mejorar un poco.
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Hemos llegado al final de las estaciones, un año más en el que hemos aprendido o eso intentamos, un ciclo que nos recuerda lo importante que es el cambio; hemos pasado del calor al frío y todo ser vivo debe adaptarse, entendiendo que la vida fluye y cambia. Nuevos inicios, sueños y a lo mejor, será volver a empezar de cero, es como si todo fuera nuevo y al mismo tiempo conocido, extraña sensación que nos trae el año nuevo.
Pérdidas y ganancias, así es la ley de la vida, solo que a veces nos cuesta entenderlo y aceptarlo. En cuanto al tema espiritual, no se puede medir, ni se debe. Simplemente se avanza, en ocasiones no son proporcionales con los resultados, sencillamente, se conoce, se confía y se sigue, así sin más.
Un año nuevo para intentar llevar a cabo una vida espiritual saludable, donde los sacramentos nos permitan ser ese viático para seguir avanzando, donde nuestras acciones hablen más del evangelio que nuestras palabras. Una nueva oportunidad para mejorar y con ello me refiero a ser una mejor versión de nosotros mismos, más pacientes, menos intolerantes, con un sentido de finitud que nos permita vivir en plenitud cada momento, cada instante.
El amor más grande me acompaña
Así como este té de manzanilla que está por terminarse, lentamente se ha enfriado y sólo quedará la taza como recuerdo de que ahí alguna vez hubo una bebida. ¡Qué sencilla es la vida! A veces se está y otras no, somos nosotros lo que nos aferrarmos a lo evidente, olvidamos disfrutar el momento pensando que siempre habrá una nueva oportunidad, desperdiciando momentos que nunca volverán a suceder.
La paz que nos da creer en el amor de Dios, nos permite descubrir que hay una certeza más grande que nuestras dudas, creer en Dios nos da la seguridad de que un amor, más grande del que me pueda imaginar, me sustenta, me acompaña y me lleva por caminos firmes. Y quiero iniciar este año con una promesa que me recuerda mi confianza en Dios.
“Tú que habitas al amparo del Altísimo y resides a la sombra del Omnipotente, dile al Señor: ‘Mi amparo, mi refugio, mi Dios, en quien yo pongo mi confianza’. Él te librará del lazo del cazador y del azote de la desgracia; te cubrirá con sus plumas y hallarás bajo sus alas un refugio. No temerás los miedos de la noche ni la flecha disparada de día…”. Salmo 91.
Iniciemos este año con un ‘sí’ al amor de Dios, aceptemos sus promesas y vivamos en coherencia nuestras vidas a pesar de las malas noticias, de la desesperanza que nos rodea, digamos ‘sí’ con certeza hacia un padre que nunca nos abandona aunque haya viento en contra.
Mi té se ha terminado, es momento para concluír con esta reflexión, que lo único que desea es un año lleno de bendiciones para todos y especialmente, de confianza en el amor a Nuestro Padre Celestial. Queridos lectores les deseo sinceramente un ¡Feliz Año Nuevo!