JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Puesta de largo en París del Patio de los Gentiles a cargo del cardenal Gianfranco Ravasi (…). En España esta valiente iniciativa impulsada con ahínco por Benedicto XVI tendrá que esperar todavía un tiempo, a pesar de lo necesitados que andamos por estos pagos de una buena charla sin apriorismos, en la que nos dejemos interpelar por el otro”
Todavía quedan algunas diócesis en las que sus nuevos obispos entran en la ciudad a lomos de un borriquillo, una tradición con reminiscencias bíblicas muy celebrada por los diocesanos, aunque no tanto por quien hace el esfuerzo de no dar con toda su dignidad de bruces en día tan señalado. Con ese gesto de humildad, de receptividad, el obispo de turno tiene asegurada la simpatía de los fieles una temporadita. Es cierto que eso no lo es todo, pero no está mal para empezar a andar junto a quienes te esperan al borde del camino.
No sucede lo mismo con esos otros que llegan a las nuevas sedes por el aire, a modo de paracaidistas, a los que sueltan en el espacio aéreo de la diócesis sin haber tenido demasiado tacto ni contacto con la gente a la que están llamados a dar testimonio y consuelo.
En los últimos tiempos menudean operaciones de este tipo, tanto que han llevado a partes nada desdeñables de algunos presbiterios a reclamar mediaciones que les aseguren ser declarados poco menos que zona de exclusión aérea de ciertos perfiles de episcopables. Algunos curas “amenazan”, con más vehemencia que convencimiento, al administrador apostólico de turno con irse a otra diócesis si se produce el temido aterrizaje; otros, directamente, exponen al nuncio papal sus reservas y recelos. En la mayoría de los casos, sus reivindicaciones y lamentos nos les servirán de nada. Al final, acabarán mirando al cielo y haciendo sitio para ayudar a guardar el paracaídas.
Es llamativo el empeño por este tipo de operaciones aéreas. Parapetándose en que es la voluntad del Papa, porque suya es la firma que las autoriza, se le utiliza a modo de escudo contra la más mínima crítica mientras se diluyen las responsabilidades de otros. Poco importa que, luego, los hechos confirmen los temores. No es la primera vez que la imagen del Papa queda empañada por algún nombramiento que nunca debió de producirse. Entonces, ¿por qué no escuchar más a aquellos a los que el obispo tiene que ir a servir?
En el nº 2.748 de Vida Nueva.