Obispos que pierden el tiempo


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Piropazo del Papa al ahora obispo de Jaén. Resulta que, en vez de mandarlo al infierno como hacía un cura joven, el entonces obispo de Plasencia mandó al Vaticano, tras una etapa de escucha y acogida, a un transexual. A ver: el transexual quería ir a contar su historia al Papa y el obispo le facilitó la tarea de palabra y obra… No lo mandó para convertirse con Francisco, que ya lo estaba esa persona, aunque todavía le dolían los palos que en nombre de la Iglesia le habían dado algunos hijos suyos. Y ahora, a Amadeo Rodríguez Magro el Papa le califica de “un buen obispo que perdía el tiempo para acompañar a este hombre”.

Se ve que, en vez de rogar a Dios que nos libre del mal, como hacen otros frente a estas cuestiones tan farrogosas, donde tantas certezas se tambalean, el obispo extremeño acertó a hacer lo que, según Bergoglio, haría hoy Jesús: “Cada caso se debe acoger, acompañar, estudiar, discernir e integrar”. Y desde luego, no lo hizo por moda, porque no es esta la que impera ciertamente entre la mayoría de los eclesiásticos, víctimas, sí, de una educación llena de agujeros negros, temerosa del mundo, que esperamos que sean de alguna manera rellenados con el próximo anuncio del Papa sobre la formación de los seminaristas.

Afortunadamente, empiezan a visibilizarse comportamientos y actitudes entre prelados que socavan un cierto envaramiento mental que la gente percibe a la legua. Son minoritarios, pero ya no temen tenderles la mano a jóvenes que interrumpen sus misas, rebajar la petición de penas que antes se reclamaban o deshacer por medio del encuentro de tú a tú tanta contractura provocada por los prejuicios.

Como les advirtió el Papa en el curso para obispos jóvenes: “La gente se da cuenta y se aleja cuando reconoce a los narcisistas, los manipuladores, los defensores de sus propias causas, los promotores de banales cruzadas”.

Publicado en el número 3.006 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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