Habría que dar un respiro al Espíritu. Le invocan estos días en Roma los cardenales críticos a Francisco en una especie de exorcismo ante las herejías –dicen– de este Papa. También le invocan para darle gracias quienes, por el contrario, ven que hizo un trabajo muy fino precisamente en la elección de Bergoglio, que se lleva a la gente de calle como no lo había hecho ningún pontífice hasta ahora.
En España anda igual de ajetreado. Hay jóvenes que te dicen que los obispos ya no los miran con tanta desconfianza o religiosos que, el mismo día, te aseguran que las relaciones con la Conferencia Episcopal no tienen nada que ver con las de hace unos pocos años, que ahora son muy buenas.
Pero también los hay que ven providencial que, en vísperas de la Asamblea Plenaria de primavera, Rouco les recuerde a los obispos catalanes –y al propio Osoro, en la universidad de la que este es gran canciller– los efectos nocivos del nacionalismo, así como la doctrina episcopal al respecto de cuando él era presidente, aquellas orientaciones que, en dos entregas, en 2002 y 2006, fueron el soporte eclesial del Partido Popular.
El mismo partido que ahora reniega de la postura de la Conferencia Episcopal en el ‘procés’, plasmada en la declaración de la Comisión Permanente días antes del referéndum secesionista del 1-O, y que supuso una labor de filigrana desde la Secretaría General para conciliar los pronunciamientos de los obispos de la Tarraconense con el de purpurados y prelados que, en su día, se entregaron sin reservas a la “doctrina Rouco“.
Los obispos no han dado la espalda a estas orientaciones que ahora el arzobispo emérito de Madrid anda poniendo en valor casualmente estos días. Sucede que hay una parte de ellos que piensan que pueden hacerse las cosas de otra manera, cuando las orientaciones son más compartidas –no como en otras épocas, cuando los documentos llegaban cocinados a la asamblea y no había posibilidad de sacar los textos fuera para debatirlos técnicamente– y no creen que tengan que ser la voz oficiosa de ningún partido, tampoco del PP, por más que un buen número de católicos haya encontrado acomodo en él.
Este sería un buen tema para un curso en una universidad eclesiástica: el papel de los católicos en la regeneración ética de sus partidos. ¿Tienen algo que decir?