Son fenómenos que vienen tomados de la mano: la alianza entre creyentes de religiones distintas que en nombre del Dios único combaten hombro a hombro lo mismo el aborto, que el matrimonio homosexual, las cartillas de educación sexual o la ideología de género, y los que, poseídos por la idea de acelerar el reinado de Dios que subordinará cualquier otro reinado, asumen su fe como un llamado a la guerra contra otros.
Así, aunque es historia vieja, la influencia religiosa vuelve a buscar una dimensión política. Esa búsqueda hoy parece justificarse en hechos como el plebiscito colombiano del 2 de octubre del año pasado en que se reveló el poder político de los cristianos; además, esa alianza de lo político y lo religioso se mira como un poder posible puesto al servicio de las causas cristianas.
De todo esto habla el artículo del padre Antonio Spadaro en la Civiltà Cattolica, titulado: El ecumenismo del odio.
La conquista de los otros
Respondiendo al título, Spadaro comunica su convicción de que existe esa situación a nivel internacional. El ecumenismo tradicional, que los tradicionalistas rechazan como traición o debilitamiento de la fe, sufre una mutación entre estos tradicionalistas cuando, coincidiendo con los contrarios, encuentran un odio común que ratifica el dicho: el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Aparece así una nueva convergencia que se fundamenta en los odios comunes, como si el odio pudiera unir tanto o más que el amor. “Este fenómeno de ecumenismos opuestos con percepciones contrapuestas de la fe, y visión del mundo en que las religiones desarrollan papeles inconciliables, es el más desconocido y el más dramático de la definición del fundamentalismo integrista. A este nivel se comprende el significado histórico del compromiso del Papa contra toda forma de guerra de religión”, apunta Spadaro.
Parece un dato menor el vestuario que escogen los devotos de la Virgen que se disfrazan de cruzados, con toda la utilería que los hace ver y verse como soldados de la fe. Pero es otra forma de expresar lo mismo: el objetivo no es la conquista interior, sino la conquista de los otros, la imposición de lo religioso sobre los reinados de este mundo, que es lo que parece asomarse detrás y a pesar de las buenas intenciones de los cultores de la devoción a Cristo Rey. Es, según la expresión de Spadaro, “el sueño nostálgico de un Estado con rasgos teocráticos”.
Mientras en nombre de alguna causa cristiana avanza la alianza político-religiosa para imponer el Reino de Dios en la Tierra, la dirección señalada por el papa Francisco es otra, y la mantiene a pesar de la oposición que mantienen todos los que sueñan el poder temporal de lo religioso y la imposición de los principios cristianos por decreto.
Francisco se ha impuesto la misión de “despojar el poder del ropaje confesional”, manteniéndose él mismo, despojado de poder, de modo que el mundo no vea en él al Papa poderoso, sino al hombre de la misericordia.
Su pensamiento más radical sobre esto lo recuerda y destaca Spadaro cuando afirma que la aportación del cristianismo a la cultura de hoy, obsesionada por el dinero y el poder que dan las tecnologías, es el lavatorio de pies.
Es una demostración que va más allá del gesto humilde; es la proclamación de que el poder debe ser exorcizado de todos sus demonios, al convertirlo en servicio.
El poder por el poder está conduciendo a los abismos del odio; el poder como servicio, por el contrario, es una cura contra el odio que ha sido capaz de unir a los contrarios en un fenómeno tan destructor como la peor de las enfermedades: el ecumenismo del odio.