Escribir desde México, sobre algo que sucede en España, tiene su desventaja y su ventaja a la vez. La primera se fundamenta en la lejanía, al no tener la información presencial, y formarse una opinión solo en base a las notas informativas de lo que sucede en el país ibérico. La segunda aprovecha, precisamente, la distancia, pues ve el acontecimiento con los ojos del frío espectador y no del apasionado protagonista.
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Valga esta justificación para comentar lo que nuestra revista acaba de publicar: el pasado 31 de enero, un grupo de entre 50 y 60 personas intentó okupar la Iglesia de San Miguel Arcángel de Sestao, en la Diócesis de Bilbao, en desuso desde hace aproximadamente dos años y medio.
Nótese la k del verbo, que expresa, según el ChatGPT, “la ocupación de viviendas o espacios vacíos como una forma de protesta o necesidad, utilizada principalmente por movimientos sociales, que le dan a la palabra un matiz político o reivindicativo”.
Sin detenerme en la historia del fenómeno, surgido por las dificultades de acceso a la vivienda, sobre todo en Europa; ni en la ilegalidad de las okupaciones, y de los fines políticos que algunos movimientos con esa bandera pudieran tener; prefiero preguntarme por el hecho mismo de que ese templo no ha sido utilizado por más de dos años.
Un espacio religioso, que no recibe fieles, llama la atención por estar situado en un barrio con -según el colectivo Burrunba, que reivindicó la acción- “pobreza escandalosa, exclusión, racismo, suciedad, plagas, ruido, abandono, contaminación y una alarmante falta de servicios públicos y espacios comunitarios”.
En otras experiencias semejantes, referidas en este espacio, que han optado por convertir a los templos en restaurantes, mercados, o museos, ante la falta de feligresía, se ha buscado aprovechar los espacios vacíos para obtener alguna ganancia económica, ya admistrados por la misma diócesis, ya cedidos a empresas privadas a cambio de rentas mensuales.
¿Y si en vez de negociar los lugares sagrados se facilitan para atender necesidades de los sin techo y de los migrantes? ¿No sería mejor ese uso no comercial? ¿Qué sentido tiene mantener un templo al que ya nadie asiste? ¿Por qué, en vez de tenerlo abandonado por tanto tiempo, mejor se emplea para hacer el bien, una obra de misericordia?
Ya he mencionado que Dios no quiso encerrarse en las paredes de un recinto, por más sagrado que sea este, y que los principales santuarios somos nosotros. También que la pandemia nos enseñó a vivir nuestra fe en otros sitios, como el hogar, y mantener nuestras devociones gracias a los medios electrónicos.
Ojalá que nuestros templos, si no pueden ser ocupados por los parroquianos, que sean okupados por los pobres y marginados, los débiles y los vulnerables.
Pro-vocación
Ahora resulta que el vicepresidente norteamericano, James David Vance, conservador, empresario, escritor y ¡católico devoto! -según su propia confesión-, ha dicho que la declaración de los obispos de su país, que condenaron las órdenes ejecutivas de Donald Trump relacionadas con la inmigración, “le han roto el corazón”, y espera de sus pastores, “que no han sido buenos socios en la aplicación de las leyes de inmigración, que hagan mejor su trabajo”. Al menos este no se enojó, como su jefe, pero sí “se le rompió el corazón”, y le dice a los obispos lo que deben hacer.